” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Nombres de mujer

   Pueblos, ciudades, con nombre de mujer. Villa Ángela. Dicen que viene de doña Ángela, esposa de Julio Martin, y que se debe en alguna medida, a que esta señora donó el terreno para la iglesia. Idéntico relato encontré en Santa Sylvina. Allí también. Casi sin variantes cuentan que la esposa del hombre fuerte de la zona se llamaba Sylvina y que donó el terreno para la iglesia. Por lo visto es el relato popular, instalado, una especie de tradición oral que en alguna medida recorta una imagen idealizada de esas mujeres según un estereotipo de mandato socio cultural de época.
   Mujeres devotas, amas de casa aplicadas, señoras de su casa, tal vez sumisas, conservadoras. Pero también mujeres que vivieron el rol de pioneras por razones de fuerza mayor, por elección, por esas circunstancias imponderables que nos arrastran hacia nuevos destinos antes de que podamos decidir el si o el no. 
    He visto otros casos de pueblos con nombres de mujeres. No conozco la leyenda que lo justifica. Pero no debe de haber mucha diferencia con estos de por aquí. Como todo relato oral, transmitido de boca en boca, se dice que había otra Ángela, que no era tan dama, ni tenía la posibilidad de donar tierras del estado para la santa casa de dios. Pero esa Ángela se ha perdido. Ha prevalecido la primera, primera dama, dama y señora.
   Los restos de dicha dama reposan en una cripta vidriada en la iglesia de la villa. A su lado, otra urna igual a la suya conserva, dicen, los restos del esposo, ese señor Martin, que junto a Grüneisen y algunos otros más, atravesó a machete los montes del Chaco austral y se instaló justo en el lugar donde las aguas de abundosas lluvias fluían hacia el sur y donde el tren de la lejana capital comenzaba a aquietar su sonoro traqueteo. Fin de la punta de rieles y justo al borde norte de los bajos submeridionales, con sus aguas indomables y sus ñacanináes mitológicas.
   A ese lugar vinieron, seguramente en el tren, acaloradas, curiosas y expectantes, las esposas de los exploradores, adelantados, conquistadores, colonizadores del siglo XX. Pocos relatos escritos quedan de esos días. Esas mujeres, ¿habrán escrito diarios íntimos, recetas de cocina, cartas a su familia lejana, esquelitas de chismes, anónimos ponzoñosos, mensajitos de amor y paz, postales de navidad? Si lo hicieron, ¿dónde fue todo eso? De ellas queda solo este puñado de cenizas, este nombre de filiación dudosa, y el nombre de un hombre y sus hazañas.

   Adheridas como una costra seca y polvorosa a los talones indomables de sus hombres esas mujeres no existieron más que como parte de un todo que las sobrepasaba y las anulaba y las desaparecía. Prototipo de rol de mujer se ocuparon de lavar, planchar, cocinar, coser, callar… y rezar. Algunas han dejado la pequeña escama de su nombre titilando como una luciérnaga pálida, bajo el sol endiablado de esta tierra excesiva. Otras dejaron hijos, sudor y lágrimas. Alrededor un gran silencio. El silencio impiadoso de la eternidad.



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