Nombres de mujer
Pueblos, ciudades, con nombre de mujer. Villa Ángela. Dicen
que viene de doña Ángela, esposa de Julio Martin, y que se debe en alguna
medida, a que esta señora donó el terreno para la iglesia. Idéntico relato
encontré en Santa Sylvina. Allí también. Casi sin variantes cuentan que la
esposa del hombre fuerte de la zona se llamaba Sylvina y que donó el terreno
para la iglesia. Por lo visto es el relato popular, instalado, una especie de
tradición oral que en alguna medida recorta una imagen idealizada de esas
mujeres según un estereotipo de mandato socio cultural de época.
Mujeres devotas, amas de casa aplicadas, señoras de su casa,
tal vez sumisas, conservadoras. Pero también mujeres que vivieron el rol de
pioneras por razones de fuerza mayor, por elección, por esas circunstancias
imponderables que nos arrastran hacia nuevos destinos antes de que podamos
decidir el si o el no.
He visto otros casos de pueblos con nombres de mujeres. No
conozco la leyenda que lo justifica. Pero no debe de haber mucha diferencia con
estos de por aquí. Como todo relato oral, transmitido de boca en boca, se dice
que había otra Ángela, que no era tan dama, ni tenía la posibilidad de donar
tierras del estado para la santa casa de dios. Pero esa Ángela se ha perdido.
Ha prevalecido la primera, primera dama, dama y señora.
Los restos de dicha dama reposan en una cripta vidriada en
la iglesia de la villa. A su lado, otra urna igual a la suya conserva, dicen,
los restos del esposo, ese señor Martin, que junto a Grüneisen y algunos otros
más, atravesó a machete los montes del Chaco austral y se instaló justo en el
lugar donde las aguas de abundosas lluvias fluían hacia el sur y donde el tren
de la lejana capital comenzaba a aquietar su sonoro traqueteo. Fin de la punta
de rieles y justo al borde norte de los bajos submeridionales, con sus aguas
indomables y sus ñacanináes mitológicas.
A ese lugar vinieron, seguramente en el tren, acaloradas,
curiosas y expectantes, las esposas de los exploradores, adelantados,
conquistadores, colonizadores del siglo XX. Pocos relatos escritos quedan de
esos días. Esas mujeres, ¿habrán escrito diarios íntimos, recetas de cocina,
cartas a su familia lejana, esquelitas de chismes, anónimos ponzoñosos,
mensajitos de amor y paz, postales de navidad? Si lo hicieron, ¿dónde fue todo
eso? De ellas queda solo este puñado de cenizas, este nombre de filiación
dudosa, y el nombre de un hombre y sus hazañas.
Adheridas como una costra seca y polvorosa a los talones
indomables de sus hombres esas mujeres no existieron más que como parte de un
todo que las sobrepasaba y las anulaba y las desaparecía. Prototipo de rol de
mujer se ocuparon de lavar, planchar, cocinar, coser, callar… y rezar. Algunas
han dejado la pequeña escama de su nombre titilando como una luciérnaga pálida,
bajo el sol endiablado de esta tierra excesiva. Otras dejaron hijos, sudor y
lágrimas. Alrededor un gran silencio. El silencio impiadoso de la eternidad.
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