” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

sábado, 24 de mayo de 2014

¡Feliz cumpleaños Villa Ángela! 
Te dejo esta mirada sobre un lugar de mis lejanos años. No importa si nadie lo reconoce, estas son cuestiones entre vos y yo.

Foto de Emanuel F. V. G.  La Avenida del trabajo en su triplicación: la derecha va al cementerio hebreo, la diagonal va a La Suiza, la izquierda al portón principal de las represas de la fábrica de tanino. En el centro de la imagen la quinta de don Alfonso Castillo.

domingo, 18 de mayo de 2014

 Cambiar de vida... cambiar el mundo


   Cuentan que un día de sus días Paul Gauguin se marchó lejos a pintar cuadros. Después de vivir una acomodada existencia el agente de cambio eligió un estilo de vida marcado por la bohemia del arte y la pobreza. Esa parece ser la historia. El hombre cambió de vida: hoy un señor de traje, que fuma puros y porta un maletín lleno de documentos que representan una montaña de dinero, mañana un gañán despeinado y piojoso cuyos manchones de luz y de color dejan bizcos a los marchantes de arte. ¿Habrá sido tan así?
   Picados de curiosidad leemos versiones de la biografía (breves) de este hombre que fuera amigo de Van Gogh y que vivió vidas diferentes en diferentes épocas. Y ahí está el equívoco y la simplificación. El pobre de Paul se hizo hilachas luchando contra la fuerza de la marea de un modelo de vida que tenía parámetros y andariveles preestablecidos, seguros y casi inamovibles. Había nacido con su circunstancia y él decidió cambiarla. En el desgastante camino dejó todo, en primer lugar la seguridad de un estilo de vida ya configurado desde antes él nacer. Y con ello el resguardo de una familia, hijos y nietos para los cuales sería el paters familii, una vejez de las llamadas honorable y una muerte anónima, serena y rodeada de consuelo.
   Dejar aquello no fue fácil, ni fue de un día para otro. Es patente que intentó conciliar el rugido de sus impulsos artísticos con la vida burguesa pero que no lo logró. Incluso después de iniciar su quehacer pictórico algún pariente le consiguió trabajo en América y regresó varias veces a Europa y según se desprende de su correspondencia siguió en contacto con la madre de sus hijos. El cambio de destino fue más que nada para Gauguin un esfuerzo de autodestrucción y una inmersión en un universo que le era totalmente desconocido y para el cual no tenía herramientas emocionales ni simbólicas que le facilitaran la inserción.
   Sus sinnúmeras dificultades no lo hicieron regresar al antiguo estilo de vida y compensó la experiencia extrema de desamparo, pobreza y enfermedad con una obra maravillosa, que nos golpea aún hoy con la fuerza de su pulsión de vida, con la mansedumbre y desnudez de lo primitivo, con el fragor de lo salvaje. Porque con su pintura, Gauguin construyó un nuevo universo simbólico con el cual no solo reemplazó el de su clase de origen sino que sobre todo superó las limitaciones del sistema de creencias y valores de la burguesía capitalista de su tiempo. Y lo hizo solo, apenas acompañado por la empatía de algún marchante, que no habrá dejado de aprovecharse de su talento, y la identificación en sueños comunes que compartió con gente tan difícil y compleja como su amigo Vincent Van Gogh. 
   En el cambio, que no fue sencillo ni inmediato, Paul Gauguin se fue quitando pieles y quedando en carne viva, hasta llegar a ser solo el meollo dolorido de un hombre. Pero seguramente, si le hubiera sido dada una segunda oportunidad, lo habría vuelto a hacer igual. Eligió ser otro, y lo fue; hacer otra cosa, y lo hizo.
   Seguramente pocos pueden hacerlo. Cambiar de vida, marcharse, cerrar la puerta, quemar las naves, nunca mirar atrás: ¿cuántos hombres lo consiguen? Muy pocos. ¿Cuántos pueblos lo logran? Todavía menos. Y menos aún si no hay entre sus hombres alguno, o algunos, que se propongan esas miras y luchen por ellas con bondad, desinterés y vocación trascendente.
   Es evidentemente, demasiado difícil cambiar, volverse otro, alguien desnudo y potente, alguien capaz de desgarrarse de pies a cabeza para nacer de nuevo y hacer con lo que hicieron con uno un nuevo alguien. Y nos preguntamos, azorados, asqueados y solos frente a la multitud de las estrellas, cuándo lo hará, o lo intentará, el hombre como tal. No un hombre. El hombre total. No un Paul, tenaz y desprendido hasta de sí mismo, sino el colectivo infinito de negras criaturas atosigadas de miedo, de egoísmo, de crueldad, de conservadurismo y conformismo.
   Porque un día Paul se tomó en serio su sueño, el secreto sueño que nos corroe por las noches, oculto, soterrado, inexpresado. Después vino la vida de verdad. Esa de la que no sabemos si mañana tendrá sobre la mesa la hogaza de pan fresco.O tal vez ni siquiera tenga mesa con sus cuatro patas firmes de seguridad. 
  Y caminamos las ciudades profusas de colores inventados, de humo y de ruido y nos miran tristes y agobiados los caballos entre dos rígidas, inevitables varas, y nos  miran los niños del cartonero, morenos y calientes bocados de cañón. Y no nos mira el padre cartonero que se trepa a una alta y brillante motocicleta y se aleja  a marcar otro punto de recolección mientras los niños alzan el recio látigo y lo bajan severos, apurados, sobre el anca un poco angulosa del caballito escueto con sus cuatro patas móviles, temblorosas de esfuerzo. 
   Paul Gauguin llegó a Atuona, en las Islas Marquesas, y creyó estar en el Paraíso Terrenal. Pronto descubrió que los hombres blancos habían conquistado también ese lugar del mundo y que estaban imponiendo allí la base del modelo burgués capitalista de su cultura: la explotación esclavizante que aporta riquezas a unos pocos. El mundo aquel que hacía mucho había creído dejar atrás. Tal vez en esos dos últimos años intentó entender las razones que hacen que un hombre pueda cambiar y ser dueño de su destino y que, sin embargo, no permite que los hombres cambien y dejen el destino de los hombres en manos de los hombres. Tal vez para no pensar lo impensable se dedicó a realizar esculturas. Algo nuevo para él que era especialista en cambiar de rumbo. 
   El caballito de los cartoneros dobla la esquina cabizbajo y menudo. Los niños del cartonero siguen el rastro brilloso de la motocicleta de su padre. También brillan los negros, redondos ojos infantiles, asomados a los sueños pueriles y  preocupantes de los niños pobres del mundo.        
   Paul Gaugin murió el 9 de mayo de 1903, en Atuona, Islas Marquesas, después de cambiar varias veces de vida sin, naturalmente, haber logrado cambiar el  mundo. Dejó cuadros asombrosamente coloridos, en los que explota hacia los ojos que los miran la potencia de un alma que se animó a encontrarse a sí misma.


                                    ¿De dónde venimos? ¿Quienes somos? ¿Adónde vamos? 1897