” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

martes, 31 de diciembre de 2013


Inusitado lector:
   No son estos escritos para leerse apenas. Prueba a cantarlos con la música que tu garganta sienta más profunda. Le hallarás un ritmo a estas palabras, una cadencia a cada frase, un ramo de aleteos que anuncian vuelo y cielo.
   Prueba a gritarlos, a decirlos con ronca algarabía de vino y de guitarra. Cuando encuentres la íntima armonía que te los haga tuyos, entonces serán versos.
   Acaso así nos encontraremos, esta mujer que escribe y ese lector que tiembla.





Humanitas: (latin): humanidad, lo humano, la condición humana. Es decir lo que nombra este libro: la vida que pasa, el amor, el dolor, la vejez y la muerte. No hallé otros temas de mayor importancia.
Parábola: pequeño relato (a veces inconcluso) de interpretación abierta. Verbigracia, la paradoja que conlleva el hecho de que alguien que está al borde de la muerte, se quite la vida.
Escena: Breve secuencia determinada por entrada y salida de personaje (teatro). También esas situaciones sueltas y recurrentes que se expresan en una imagen o un recuerdo.

P./D.: La vida de la humanidad es un conjunto de parábolas y un rosario de escenas a menudo repetidas.


miércoles, 25 de diciembre de 2013

Cuestión de género

   La antropóloga Margaret Mead, seguidora del método etnocéntrico, de la escuela estructuralista de Levi Strauss, propuso la hipótesis de que los rasgos distintivos de género (básicamente femenino-masculino) no son inmanentes sino culturales y están determinados por el esquema básico de la cosmovisión de la comunidad. La creencia de que lo masculino se define por la agresividad, la capacidad de emprendimiento y la fuerza física y moral, y de que lo femenino se configura por la fragilidad, la docilidad, en la dependencia y básicamente en la maternidad. 
   Es sabida la polarización del afuera y el adentro (el mundo y la casa) que estipuló Lacan como la verdad absoluta para los roles masculinos femeninos en la vida comunitaria de occidente.  Lacan ha disparado fanatismos y rivalidades extremas: los que avalan con su mirada el principio machista que organiza, aún hoy, nuestra sociedad lo aman tanto como lo detestan las feministas, incluso las que nunca lo han leído. En el bulevard creemos que Lacan, como lo hizo antes Freud, solo señaló una realidad, o mejor dicho le puso teoría a un panorama tan evidente que se hacía difícil rebatirlo. 
   Los hombres en la calle, manejando la ley y el erario público, haciendo la guerra, ganando dinero y gastándolo, fue una realidad total en occidente hasta la segunda guerra mundial. Después el mundo occidental cambió de modo irregular y aleatorio: hubo avances y retrocesos, surgieron nuevos valores y perimieron otros. En un occidente devastado por la guerra, muchos hombres habían perdido la posibilidad de controlar el predominio de sus genes en su estirpe (miles de hombres, baldados y maltrechos tuvieron que criar a los hijos de sus vencedores, resultados del estupro de sus hijas, la violación de sus mujeres o sencillamente el comercio que estas realizaron por necesidad de sobrevivencia con los enemigos). Esos hombres además no podían mantener a sus mujeres que se las habían arreglado mal que bien sin ellos durante la guerra y no podían dirigir hogares que habían modificado su esencia y trastornado los roles de sus integrantes.  
   A este panorama, que fue muy visible en Europa, se le sumó la mirada subversiva de las vanguardias, que en un alto porcentaje estuvo en manos de hombres que gustaban de hombres. Las ideas disruptivas de las vanguardias pusieron a la vista temas que hoy está naturalizados y están regulados por leyes o son objeto de debate. Así, cuando Margaret Mead propone revisar si la condición masculino-femenino es equivalente de agresividad-delicadeza, está pellizcando en la carne viva del narcisismo occidental. Y está cuestionando, con menos prensa y popularidad que el machista Lacan, la cuestión de género tal como se la percibía en occidente (pero también en las complejas civilizaciones orientales).
   Ser mujer, ilustra Mead, es una condición biológica, que se concreta socialmente de diferente modo según la cultura y su particular cosmovisión. La cultura occidental y cristiana polariza las cualidades de violencia-fuerza en el varón y debilidad-dulzura en la hembra. Sin embargo, ciertas culturas, (ella estudia específicamente culturas de Nueva Zelanda) organizan el tejido social en uno de estos principios reguladores de la sobrevivencia: la agresividad, la suavidad y la dulzura, o la polarización inversa a la conocida entre nosotros. 
   En las sociedades con matriz agresiva, sobrevive el que se impone por la resistencia dura, la fuerza e incluso la violencia, en ese caso el canibalismo es un ritual y un mecanismo psico-cultural coadyuvante fundamental. De idéntico modo las sociedades pacíficas no hacen distingo entre varón-agresivo, mujer-sumisa; por el contrario, en esos casos la agresividad y la violencia son signo de inadaptación, tanto para uno como para otro. Mead encuentra además una cultura en la que los roles femenino-masculino son inversos a los de occidente: la mujer es allí productora de bienes y es el varón el que se adorna y embellece tratando a lo largo de la vida, desde que siendo niño es expulsado de la casa de las mujeres, de conquistar el esquivo corazón de la madre primero, de la hembra después. 
   Recuperando la hipótesis de Margaret Mead, nacer mujer es una condición biológica que solo en la cultura, cuando ésta está modalizada de ese modo, exige de la hembra dependencia y sumisión. Del mismo modo, este determinismo cultural establece tácitamente el maltrato, el abandono y la degradación del débil, en primer lugar de la hembra, pero por reflejo de cualquiera que se le equipare en condición de inferioridad: el enfermo, el viejo, el niño, el anormal y finalmente los seres que quedan en la base de la pirámide de Aristóteles, es decir animales y plantas.
   Eric Fromm revisó este escalofriante modelo y señaló, también polarizando, puesto que ésa es la cosmovisión de occidente, que solo hay dos posibles matrices de comportamiento: la autoritaria o la democrática (o del consenso). Cuando alguien recupera la antiquísima, y perimida, diferencia y oposición entre Adán y Eva (que es solo un mito cruel y antiquísimo), entre hombre y mujer, entre machismo y feminismo (que es solo una elaboración del siglo XX para revisar e intentar superar la antinomia), creemos que está olvidando, no que somos iguales, puesto que no son iguales un hombre y una mujer, o dos hombres entre sí, o dos mujeres que comparten la incómoda condición de su sexo, sino que está olvidando los rasgos esenciales de la condición humana. 
   Nacemos, crecemos, vivimos y sufrimos, como seres humanos. Cuando el dolor o la dicha llegan, cuando la enfermedad o la muertte llegan, cuando la plenitud y la expansión espiritual llegan, cuando la trascendencia nos toca a través de la inteligencia (extraño y terrible don), no lo hacen más que como lo que somos: humanos. 
   La condición de género es una diferenciación y un recorte injusto y hasta malsano, ha dado herramientas inhumanas para marcar diferencias que no nos merecemos y que no deberíamos tolerar. La única condición que importa no es genérica sino universal; si pensáramos en humanidad y humanitariamente, no nos reconoceríamos como hombres o mujeres sino como un fenómeno excepcional y maravilloso acerca del cual pocas certezas tenemos pero que nos ha sido dado por algún ingénito misterio y nos ha puesto de cara, desnudos y solos, ante la maravilla de la existencia del universo y de la nuestra propia. 
   No me define mi condición de género. Me define, si algo me define, puesto que no tengo certezas ante el misterio, mi condición de ser humano. Sobre todo cuando me reconozco en la posibilidad de aprehender la belleza inconmensurable de este cielo estrellado, el desamparo desconfiado de este perro, la soledad inhóspita y desnuda que me ha tocado en suerte y la maravilla de encontrarte a vos, mi hermano, mi otro, en la senda polvorienta de este bulevar que empieza y que termina, pero que me ha sido dado a recorrer por una única, inédita e irrepetible vez.


   

sábado, 21 de diciembre de 2013

Santino y la resistencia

    El boulevard es un lugar austero, seco, polvoriento y expuesto a la luz anaranjada de este sol sin filtro que te cocina el alma. Lo atravesamos inclinados hacia la buena tierra que estertora de calor y fatiga, pero aún nos sostiene. Llegamos, con el sol declinado, a los multicolores mercados de los hombres. Espacios en donde las muchachas en vez de estar sacudiendo su pelo mojado en mitad de un patio verde y lleno de flores, gastan la frescura de sus días tras un mostrador, esculcando los billetes lilas con el ojo fosforescente de un pequeño falo de metal que les indica si el billete es válido o no. 
   Allí, entre artilugios de plástico brillante que educarán el sentido del consumo de las nuevas generaciones entrenándolos en el deseo siempre insatisfecho y la acumulación nunca completa, circulamos las abuelas intentando hallar el objeto maravilloso que logre decir lo que nunca aprendimos a decir. Objetos que traduzcan sin palabras el sentido trascendente e inconcluso de ese río que desde nuestro corazón hacia el mudo se soltó con la llegada del hijo y que hoy se extiende hacia más allá con la risa y el asombro del nieto; eso que seguirá en sus descendientes hasta que todo estalle o todo se duerma, gris y frío, en el final predecible... pero tan lejano...  
   Elegimos un objeto vistoso, tratamos de encontrarle razones a la sinrazón, de justificar nuestra inoperancia humana para hacer lo que decimos y vivir como creemos que creemos. Como la contradicción nos acosa acompañamos el obsequio con el único objeto al que le asignamos cierto valor y que regalaríamos siempre, aún cuando no tengamos abrigo ni comida y que recibiríamos con felicidad, aún cuando no tuviéramos abrigo ni comida. 
   Compramos un libro para cada uno de los niños. Lo elegimos cuidadosamente: no un volumen muy vistoso ni atractivo, pero si un volumen que tenga cierto mensaje; al menos algo cercano al que creemos que nos gustaría hacerle llegar a estos principitos que la cultura del consumo fagocita hambrienta y amasija salaz. Libros que hablen del hombre, del conocimiento, libros ricos, potentes, con alma.
   El primer regalo es tomado con entusiasmo. Camilo es amable y lee con precisión. Lee las tarjetas, distribuye, nos soluciona el tremebundo problema del pudor  que tanto dificulta el acercamiento a los que amamos. Algarabía, expresiones de sorpresa, aceptación, al menos es lo que se demuestra.
   En una segunda entrega alargamos los libros. Somos conscientes de que no es un regalo vistoso ni esperado. Camilo toma el libro y lo hojea, lo revisa como un cirujano, lee frases, circula por las páginas con un orden aleatorio y sus ojos negros y vivos se zambullen en ese manantial maravilloso que es para un lector novísimo un libro desconocido. Santino, frontal y malhumorado, rechaza abiertamente este segundo obsequio. Los padres incómodos y un poco avergonzados lo presionan para que tome el libro. Santino alza el brazo y acompaña el gesto despectivo y hastiado con una justificación irrebatible: -No quiero. ¡Yo ya tengo un libro!



domingo, 15 de diciembre de 2013

El cuchillo de José Dolores

   Queimada es una película de la que nunca había oido hablar. La compré porque Marlon Brando era uno de los protagonista y soy consecuente con mis debilidades. Fue una sorpresa desgarradora. Brando siempre tan ambiguo, tan crudo, tan insondable. Y frente a él, Evaristo Márquez, hermoso hombre, hermoso actor. Pero la película no es Brando o Márquez sino la metáfora que ambos representan tan magníficamente: el desencuentro humano, la ambición de las multinacionales, la cruda verdad de que las revoluciones latinoamericanas, de las que tan orgullosos estamos, fueron promovidas por el cambio de los mercados internacionales.
   También la historia del revolucionario muestra como los gestores de imperios no fueron, ni son, capaces de prever que una vez que los oprimidos entienden que la revolución es la única salida, con su escalofriante cuota de dolor y de muerte, ya no hay camino de vuelta. Las rebeliones pueden ahogarse en sangre pero siempre aparecerá un rebelde nuevo con su terrible cuchillo vengador.
   Sin embargo la película no habla de venganza sino de la conciencia que alcanza una población sojuzgada acerca del lugar que le ha sido asignado en la distribución del trabajo, sus beneficios y los derechos que le han sido negados, y la evolución de esa conciencia desde la mera resistencia individual a la rebelión colectiva en prosecución de la modificación del statu quo; ergo: la revolución. 
   En medio de esa propuesta conceptual se dan los detalles vívidos del ciclo de los individuos que simbolizan a ambos colectivos. El inglés, un empleado cínico, cuya maldad nunca queda totalmente desnuda porque no es solo suya, es la maldad de un sistema, impersonal, calculadora, distante, descomprometida con lo humano. Sin embargo lo humano lo alcanza, lo desorienta, lo deja en la cumbre áspera de la soledad y lo destruye. El esclavo, negro, por supuesto, que despierta a la complejidad de una cultura que le es ajena y que se transforma en un hombre autónomo, consciente de su condición y de sus posibilidades como herramienta de lucha, como líder, como jefe; y finalmente como símbolo que se legitima en el martirio.
   Queimada es una película que apareció antes de que fuera publicada "Las venas abiertas de América Latina". Y tiene con la obra de Galeano una serie de coincidencias estéticas y temáticas que ilustran el drama inacabable de los pueblos colonizados-descolonizados. De esas imágenes-metáforas, la más evidente es la cita visual de la niñez. Los niños arrastrando el cadáver de su padre ajusticiado por rebelde; José Dolores, el jefe revolucionario, levantando un bebé desnudo (los niños siempre están desnudos en la película) en la primera celebración de victoria; los soldados ingleses rescatando, o atrapando, un niño de la aldea incendiada en una de las escenas finales. Galeano señala en el prólogo de sus "Venas...": "(...)hay trecientos millones de niños en el ojo de la tormenta." después de asegurar que la única salida para A.L. será la violencia. 
   Para lo viejos que aún rescatamos la esencia de  la revolución cubana, su verde cogollo de promesas, y no olvidamos la belleza inimitable de los ojos del Che, Queimada desgarra con filosa uña nuestra inmensurable tristeza por los sueños no cumplidos, traicionados, pisoteados, olvidados. Y sopesamos nuestra ilusión de mejorar el mundo con palabras frente a la posibilidad de quedar, hieráticos y mudos como José Dolores, aceptando el castigo que sufren los rebeldes, para rebrotar, en algún lugar, como un cuchillo vengador y desnudo, justiciero... 

  Queimada es una película de Gillo Pontecorvo.

martes, 10 de diciembre de 2013

  De Don Quijote y los refranes 

   Aquel día don Quijote le recriminó a Sancho su irritante costumbre de hablar, responder, argumentar, con refranes. Sancho hizo una larga defensa de su hábito de raíz popular y demarcó un espacio de las posibilidades de la comunicación humana que amerita una pequeña reflexión: nada nuevo hay bajo el sol, todo lo que podría decirse, dicho está. 
   Además de apreciar el profundo conocimiento de la sabiduría popular de Miguel de Cervantes Saavedra, capaz de hacer una de las recopilaciones más memoriosas del refranero español, y de demostrar el ingenio insuperado del escritor al elaborar una sesuda argumentación cocatenando refranes en una relación significativa, creativa, rítmica y oportuna; además de asumir que aunque el Quijote es un libro que nos ha costado esfuerzo leer también es un libro que no se termina nunca de decodificar e interpretar; además de apreciar en El Quijote a la primera novela total de la literatura occidental; además de todo eso, tenemos que agradecerle esa mirada recopiladora sobre las creaciones del lenguaje popular que tan útil nos es en este momento par sintetizar con un refrán de antigua raigambre española lo que nos inspira este paisaje de desazón social en que nos ha zambullido el momento de enfrentamientos, conflictos, caos, que nos toca observar desde el bulevard.
   Consignando algunas páginas de opinión leídas en la web (Que explica el fenómeno de los saqueos -Fernando Laborda- La Nación / El origen: una crisis social no reconocida -Joaquín Morales solá- La Nación), Sancho tal vez diría: "Cría cuervos y te sacarán los ojos". Porque Sancho, con su saber pragmático y utilitario, era capaz de prever, ya que no preveer, el futuro. Si solo miramos el presente es probable que perdamos de vista el futuro y que en ese futuro, que agazapado nos saltará un día a los ojos, valga el retruécano tomado del refrán, para cobrarse las deudas con el porvenir que no supimos considerar.
   Los que guardamos la juventud como una fuente de eterno alimento sabemos que es allí donde está la raíz de este ser que hoy somos: los sueños del joven serán probablemente el punto de partida de los esfuerzos del adulto. Aquel joven que fuimos, lleno de ideales, de deseos ingenuos de mejorar el mundo, de utopías irrealizables pero infinitamente bellas, nos dio esperanzas para regar el árbol difícil y rústico de la resistencia terca en que se encueva la ignorancia, nos dio poder para enfrentar el reconcomio de la envidia, la maldad y el resentimiento de los que no creían en el cambio, en la verdad, la justicia y la bondad. Pero toda esa potencia moral, ética, espiritual si se quiere, ha tenido su fuente en una visión del mundo que se formulaba a partir y a través de la educación. Y esa educación, con las contradicciones que son naturales en cualquier cultura, con los defectos que podamos encontrarle, con su matriz autoritaria y su sesgo disciplinar y coactivo, con sus marcas de prejuicios raciales, sociales, culturales, religiosos, políticos, esa educación nos preparó para vivir con otros: convivir.
   En dos páginas que siempre releemos a la sombra de los eucaliptos de nuestro bulevard, Pedro Salinas, en Historia de la literatura española (Del Mío Cid a García Lorca), analiza la relación que él observa entre Quijote y Sancho: una relación dual. Así como Quijote es el ideal, la ascesis,  Sancho representaría todo lo grosero del ser humano (así lo dice Salinas). Y sin embargo Quijote buscó a Sancho para que lo acompañe, porque aún cuando salimos a buscar el ideal, a desfacer entuertos, a arreglar el mundo, no podemos deshacernos de Sancho, de esa parte nuestra sin la cual estaríamos escindidos, incompletos. Sin embargo, Quijote establece las regulaciones de la convivencia, Sancho asume de a poco su posibilidad de bondad, de trascendencia, la convivencia con Quijote lo hace bueno, dice Salinas. Porque Quijote es el mejor. Quijote es esa parte de nosotros que debemos alimentar, hacer crecer, para que se imponga sobre los bajos, aunque naturales, comprensibles, instintos de nuestra parte Sanchezca.
   Cuando nuestra educación dejó morir a Quijote, lo descuidó al extremo de que lo sanchezco saliera crudo y absoluto, desnudo dueño de la realidad, nuestra convivencia comunitaria inició esta debacle socio- cultural que nos arrasa. Se le han dado nombres a esta cultura de la vulgaridad, la grosería, la desconsideración hacia el prójimo, se la ha catalogado como tinelización, plebeyización, entre otros adjetivos. Es evidente que la degradación de la empatía hasta el punto de su desaparición, la exacerbación de la sensualidad, de la búsqueda de satisfacción inmediata, el cultivo sistemático del resentimiento y el desprecio por el otro, el reinado infinito y pegajoso de la calumnia y el chisme, la maldad como espectáculo, nos han instalado en una cultura de profundo menosprecio por la vida ajena. Basta recorrer los medios de comunicación masiva, incluyendo las redes sociales de la web, para tener infinitos ejemplos de ello.
   Si en esta población que sale a destrozar el mundo por diversión, por resentimiento, por crueldad, por vaya a saber que insospechado sentimiento de venganza o resarcimiento, hubiéramos educado esa veta de bondad necesaria para la convivencia tal vez hoy podríamos, como Quijote y Sancho, sentarnos alrededor de un fueguito fraterno, junto a humildes pastores a compartir mansamente el pan escaso pero tan generosamente repartido y compartido.
   Quijote, que era pobre de solemnidad, no necesitó ni aún pedir para saciar su hambre y fue capaz de reflexionar melancólicamente sobre la pobreza a partir de un agujero en sus gastadas medias. Quijote habría sido capaz de pasar hambre antes de robar o de dañar a alguien. Al menos eso queremos creer. Queremos creer que nuestra parte quijotesca es capaz, aún en la peor de las situaciones, de mirar las riquezas, los alimentos, los bienes que acaparan otros sin osar levantar un dedo contra esos bienes ni menos aún contra esas personas. Queremos creer, contra toda contraria certeza, que aun en un sistema de disolución moral extrema, de corrupción impune, de desolación y decepción infinita, todavía el sol sale para todos y mañana será otro día. Todavía podemos decir junto a Sancho, llorando suplicantes: -No se muera, señor Don Quijote, aún nos falta salir a conquistar el reino de la bondad y la justicia.


domingo, 8 de diciembre de 2013

De la columna al bulevard

   Simón, el estilita, vivió toda su vida adulta alejado del mundo. Lo logró en gran medida buscando la altura: primero fue un promontorio, pero como la gente llegaba igual y no lo dejaba gozar del deseado aislamiento, Simón se instaló sobre una columna, la cual fue adquiriendo mayor altura cada vez, hasta llegar a medir quince metros. Debió haber vivido en esa condición entre veinticinco y treinta y cinco años. No fue el único, pero es de quién he tenido noticias siendo yo muy joven, gracias a mis apasionadas lecturas de la obra de Herman Hesse. 
   El mayor asombro, y las preguntas en aquellos años, lo constituían para mi las cuestiones prácticas de una vida en esas condiciones. Viniendo de una cultura campesina, sintiéndome dueña de las distancias y de anchos paisajes como lo son aún hoy los del Chaco rural, era difícil de asumir que alguien viviera en una superficie tan estrecha como aquella plataforma a la intemperie donde Simón pasó su larga vida. La estrechez del lugar, la desnudez, la probable ausencia de todo tipo de higiene, me asombraban y me repugnaban en medidas iguales.
   Han pasado muchos años en mi vida; y en el mundo han pasado muchos siglos desde la vida de Simón y su ascética manera de buscar la santidad. El mundo y la humanidad son aterradoramente multitudinarios y la tecnología digital ha replanteado la concepción de la soledad y de las búsquedas personales. Se está hoy en un estrecho lugar, eso sí lleno de confort, y se está allí solo, pero a la vez en relación con mucha gente, algunas decenas o algunos miles, según que uno sea más exhibicionista o más popular o más vistoso, o más consecuente con la cultura de la imagen. 
   Esos ámbitos digitales dan cierta percepción de vida social, de acompañamiento, de posibilidades de cercanía y participación. Son ricos en personas que tienen muy poco para decir y, en general eso que tienen para decir consiste en una receta sobre como vivir maravillosamente bien, maravillosamente light, maravillosamente perfectos. En esas redes todos son tan buenos y dulces y generosos, todos tienen la justa y verdadera opinión sobre todo. Nadie en realidad escucha y mira al otro más que con la caliente mirada de la competencia y el exhibicionismo. 
   Simón, el estilista, intentó separarse del mundo. sin embargo el mundo lo seguía adonde fuera y multitudes de hombres desfilaron al pie de su columna y muchos treparon a ella para pedirle consejos o escuchar su prédica espiritual. Simón no salió al mundo. el mundo vino a él.
   No puedo, como Simón, subirme a una columna, padezco de vértigo y soy extremadamente sensible a la intemperie. Pero tengo un bulevard por el que he andado y desandado mi infancia, mi ingenua adolescencia y mi atormentada juventud. Vuelvo a él cada tanto. Bajo sus viejos y maltrechos eucaliptos camino y divago mientras espero que lo poco que he aprendido y sembrado y cuidado, florezca para otros como florece el trébol su flor amarilla o azul; tímido, pequeño, sin claudicar, en cada primavera.
   El bulevard es un lugar donde seguramente podré defender la posibilidad que cada hombre tiene de ser distinto, de sufrir su propia desazón de existencia absurda, de celebrar la mansa felicidad del amor cotidiano, de beber la exaltación de la lucha necesaria, de vivir la vida sin necesidad de exhibirla a las miradas de nadie pero también sin esconderla en la miseria o el temor.
   En este bulevard no hay negros ni blancos, hombres o mujeres, jóvenes o viejos, lindos o feos. El bulevard es un ámbito donde todos merecen la vida, hasta los pequeños escarabajos que empujan como Sísifo la oscura pelota de su tristeza. Este bulevard es un homenaje a la bondad, a la libertad y a la palabra. Nadie te pedirá que vengas. Pero aún sin llamarte podrás entrar y caminar por él.
Porque, finalmente, aunque me aterran las magníficas alturas de la santidad y la gloria, quiero ser un poco como Simón, aquel ermitaño que quería estar a solas con su dios pero que nunca rechazó a ninguno de los que se acercaron a los pies de su columna.











jueves, 5 de diciembre de 2013


 
     He tomado esta imagen prestada de la red. No conozco el nombre del autor. Gracias.
Este chico
                                                                                                              A Gachi López, por la lucidez  

   Este chico ha tenido, básicamente, mala educación. 
  Ha tenido (un 70 % de posibilidades) malos padres. Y no malos padres porque no trabajaran o no lo cuidaran; malos padres porque no sabían decir que no cuando había que decir que no, porque cuestionaron a los docentes que estaban para enseñarle a pensar, porque le dieron lo que no podían darle a costa de fiados que no podían pagar y a costa de dinero que no le enseñaron a ganar. Malos padres porque no le mostraron, con ejemplo, con palabra, con disciplina, cual era la diferencia entre ser decente y ser un energúmeno maleducado e insolidario. 
   Este chico ha tenido malos ejemplos.
   Este chico creció en una sociedad que prioriza la imagen, el consumo y el entretenimiento como ejes de las búsquedas existenciales. Sus modelos fueron adultos que mentían enfermedades que no tenían para cobrar una pensión, docentes que elegían hacer paro para salir de shopin, empleados públicos que consiguen un cargo a pesar de su incompetencia solo porque son punteros políticos del mandamás de turno, policías que solo saben golpear cuando deberían proteger al ciudadano, gobernantes que se van de vacaciones en el avión oficial mientras los aborígenes de los bordes mueren de hambre. Y la enumeración puede seguir indefinidamente.
   Este chico ha tenido desde que nació identificado lo bueno y lo bello con lo violento y lo bizarro.
  Este chico quiere ser como Ricardo Fort, absurdo, ridículo, egocéntrico y auto destructivo, pero que todos hablen de él, aunque en ello le vaya la vida. Quiere vivir y morir como Paul Walker, estrellado y quemado, pero glorioso (la medida de la gloria no es equivalente a la que aprendimos los de la vieja generación, San Martín, Belgrano, etc).
   Este chico ha tenido muchas oportunidades de ser diferente.
   Este chico tuvo escuelas a pocas cuadras de su casa, tuvo clubes deportivos casi al lado de las escuelas, tuvo cines y teatros, tuvo festivales a los que asistir y apreciar la plenitud del alma y el corazón cuando sobrevuela por sobre nuestras cabezas como un ala dorada, borracha de felicidad y entusiasmo, impulsada hacia la altura por la música de una guitarra.
   Este chico, en cambio, no tuvo la oportunidad de punto de partida.
   Este chico nació en una cultura donde la juventud periférica es un castigo porque no se espera nada de ellos. Este chico no ha tenido, ni tendrá, la oportunidad de que el mundo espere de él algo diferente de lo que está haciendo en esa imagen. Por eso se les dan becas sin esperar que estudien o aprendan algo, Por eso es más fácil decir que los Pisa están mal planteados. Este chico está siendo utilizado por el sistema para dañar. Y eso da pena. Y miedo.

                           

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Nombres de mujer

   Pueblos, ciudades, con nombre de mujer. Villa Ángela. Dicen que viene de doña Ángela, esposa de Julio Martin, y que se debe en alguna medida, a que esta señora donó el terreno para la iglesia. Idéntico relato encontré en Santa Sylvina. Allí también. Casi sin variantes cuentan que la esposa del hombre fuerte de la zona se llamaba Sylvina y que donó el terreno para la iglesia. Por lo visto es el relato popular, instalado, una especie de tradición oral que en alguna medida recorta una imagen idealizada de esas mujeres según un estereotipo de mandato socio cultural de época.
   Mujeres devotas, amas de casa aplicadas, señoras de su casa, tal vez sumisas, conservadoras. Pero también mujeres que vivieron el rol de pioneras por razones de fuerza mayor, por elección, por esas circunstancias imponderables que nos arrastran hacia nuevos destinos antes de que podamos decidir el si o el no. 
    He visto otros casos de pueblos con nombres de mujeres. No conozco la leyenda que lo justifica. Pero no debe de haber mucha diferencia con estos de por aquí. Como todo relato oral, transmitido de boca en boca, se dice que había otra Ángela, que no era tan dama, ni tenía la posibilidad de donar tierras del estado para la santa casa de dios. Pero esa Ángela se ha perdido. Ha prevalecido la primera, primera dama, dama y señora.
   Los restos de dicha dama reposan en una cripta vidriada en la iglesia de la villa. A su lado, otra urna igual a la suya conserva, dicen, los restos del esposo, ese señor Martin, que junto a Grüneisen y algunos otros más, atravesó a machete los montes del Chaco austral y se instaló justo en el lugar donde las aguas de abundosas lluvias fluían hacia el sur y donde el tren de la lejana capital comenzaba a aquietar su sonoro traqueteo. Fin de la punta de rieles y justo al borde norte de los bajos submeridionales, con sus aguas indomables y sus ñacanináes mitológicas.
   A ese lugar vinieron, seguramente en el tren, acaloradas, curiosas y expectantes, las esposas de los exploradores, adelantados, conquistadores, colonizadores del siglo XX. Pocos relatos escritos quedan de esos días. Esas mujeres, ¿habrán escrito diarios íntimos, recetas de cocina, cartas a su familia lejana, esquelitas de chismes, anónimos ponzoñosos, mensajitos de amor y paz, postales de navidad? Si lo hicieron, ¿dónde fue todo eso? De ellas queda solo este puñado de cenizas, este nombre de filiación dudosa, y el nombre de un hombre y sus hazañas.

   Adheridas como una costra seca y polvorosa a los talones indomables de sus hombres esas mujeres no existieron más que como parte de un todo que las sobrepasaba y las anulaba y las desaparecía. Prototipo de rol de mujer se ocuparon de lavar, planchar, cocinar, coser, callar… y rezar. Algunas han dejado la pequeña escama de su nombre titilando como una luciérnaga pálida, bajo el sol endiablado de esta tierra excesiva. Otras dejaron hijos, sudor y lágrimas. Alrededor un gran silencio. El silencio impiadoso de la eternidad.