” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

miércoles, 19 de febrero de 2014


Canción en sepia


   El tío Víctor acurrucaba sus ojitos verdes y suavizaba la violencia sanguínea de su rostro abotargado de borrachín. En su gruesa garganta la voz se ablandaba como un río de leche y miel en el intento de entonar el pegajoso ritmo del chamamé. Por sobre el punteo de la guitarra los versos melódicos, llorones, de azucaroso romanticismo silenciaron el barullo fiestero de la reunión familiar.
                        “Una noche conversando con la luna // a la sombra de aquel viejo naranjal…”
   Una explosión de protestas, recriminaciones, burlas, acusaciones lo interrumpió; entre carcajadas y tragos los otros tíos, todos hermanos menores de Víctor, dieron el veredicto esperable para esa hora de la celebración:
-¡¡Ya está borracho el Víctor!!
-“Conversando con la luna”,¡Ja…Ja…Ja!
-Cómo que conviersa con la luna. ¡Ja!
-Es el último de los Barrios.-Se defendió el guitarrero.
   Era el último de los Barrios. Los románticos Hermanos Barrios. Debe haber sido allá por finales de los sesenta. La radio había llegado a todas partes y aunque los pobres carecían, como ha pasado siempre en todas partes, de muchas cosas necesarias, la mayoría de las familias tenían radio. El transistor y la pila de carbono lo hicieron posible. La era del consumo iniciaba su esplendor y también, con la masificación de ciertos hábitos culturales como los mecanismos de la moda y lo que después se llamaría multiculturalismo, comenzaba una etapa gloriosa para las culturas orales, populares, de raigambre tradicional.
   El chamamé, música con importante adn guaranítico, era poco apreciado en los núcleos de la cultura capitalina, central. Sin embargo en la región mesopotámica era la música identitaria y en el Chaco tenía gran predicamento. Los Hermanos Barrios traían un estilo diferente: melodioso, puerilmente lírico, con temática amorosa impregnada de melancolía y tristeza; era el chamamé canguí, tristón, de notas largas que se estiraban como un delicado río de lamentos sobre la corriente rosada del Paraná que separa y une indistintamente a la vieja y presumida Corrientes con el juvenil y casquivano Chaco.
   Era verdad: “Viejo naranjal” era en esos días el tema recientemente estrenado por los Barrios. Letra y música de Carlos Gualberto Meza y Martiniano Barrios, constituyó la novedad familiar traída por el tío Víctor en aquella navidad de infancia antológica y tan lejana que no logramos recordar el año.
   Pero, aún sin la precisión de una fecha, hay sin número de detalles de aquella navidad, una de las pocas pasadas con la familia amplia: en algún lugar de la estampa está el tío Tata, entretenidísimo relator de historias inverosímiles (en los libros aprendimos que sus sucedidos eran los cuentos del mentiroso, y sí: el tío Tata era el gran mentiroso en una familia de mentirosos). Un paisaje de vías de tren húmedas de lluvia nos llevaron pasito a paso a la casa de la abuela que sirvió, tal vez ya bien avanzada la noche, un budín con frutas hecho en el horno de barro.
   La guitarra pasaba de mano en mano porque todos los hombres de la familia eran guitarreros y cantores. Los mayores todavía cantaban las antiguas polcas y galopas paraguayas de la época de la Forestal. Los menores ya traían zambas y canciones del nuevo folclore, o chamamés juveniles como aquel que hoy volvió a sonar en la radio y abrió, con cincuenta años de distancia un álbum de rostros sepias e inusitadamente festivos: la infatigable cuenterería del tío Tata, un budín de frutas, las risas chacotonas de seis o siete muchachos a los que aún la vida no había arrancado del hogar materno.
   Un tiempo ido hace mucho tiempo: el Tata dejó hijos y nietos desperdigados en el norte santafecino, los tíos se fueron por los cuatro rumbos como lo hacen todos los hijos de todas las épocas, Víctor y su hermano mayor, Virginio, están muertos, los budines de fruta se compran en el mercado y hace décadas que aquellas vías de tren, por las que caminamos pacientes y tímidos (eramos niños de campo) hacia la casa de la abuela Lucía, desaparecieron con el país que tuvimos y perdimos.
   De todo aquello solo quedan las canciones:  
                                                                  Cuántas veces conversando con la luna
                                                               recordamos de aquel viejo naranjal,
                                                               cuando dulce morenita, cual ninguna,
                                                               tus promesas perfumabas de azahar.
                                                             …………………………………………..

   Sabemos que todo pasará, que todos nos iremos, primero por el ancho mundo y luego más allá de este mundo, y que aquí todo se habrá perdido. A excepción, quizá, de las canciones.

                                                    


domingo, 16 de febrero de 2014

Ruge el topo

   Venezuela, la nodriza de América Latina, ruge y sangra. ¿Cuánto durará? ¿Cuán más alto será el costo, de por sí invaluable? ¿Qué quedará cuando acabe el sacrílego ritual de un pueblo ofrendado a los dioses de Utopía?
   Así como los países del cono sur cerraron su ciclo de intentos de autonomización económica en la segunda mitad del siglo XX bajo la demoledora escoba de los gobiernos de facto militares y la eficiente barredora del Plan Cóndor, parecería que los países septentrionales de América del Sur están ahora en el proceso convulsivo que cierra la Utopía de la transformación socialista y democrática frustrada por las mismas soterradas (y no tanto ) fuerzas que organizan el mundo en dos polos irreconciliables. 
   Estos polos se enfrentan a estas horas en las calles de Venezuela, amasando con sangre una espesa mezcla de odios y desavenencias en la que apenas se perfila la razón de la sin razón. Nada nos da derecho a juzgar un país y un pueblo que apenas si conocemos por algunos de sus poetas y por ende no podemos, ni debemos tratar de tomar posición respecto de uno u otro bando. 
   Más bien, siempre sabemos que detrás de dos latinoamericanos que luchan entre sí hay fuerzas espurias, poderes ajenos, intereses de los dueños del mundo, malignos dedos imperialistas que mueven sus marionetas por sobre las cabezas enardecidas de los combatientes. Y no es este un caso de excepción.
   Los procesos socio-políticos que ha vivido Venezuela, así como países vecinos (siempre en A.L. los procesos son regionales, como ya señalábamos al recordar las resistencias armadas en el cono sur), tienen como marca distintiva elementos comunes con sus vecinos:
        -el empobrecimiento y la caída en picada de las posibilidades vitales y culturales de la población, sobre todo de la población joven que ve acotado su futuro por la pobreza, la violencia y la inseguridad;
       -el gobierno a cargo de dictaduras con fachada democrática socialista y esencia fascista;
       -la amenaza opresiva y /o la infección social y económica del narcotráfico y la narcocultura;
     -la existencia de algún recurso energético o alimentario (petróleo/tierras/agua) que estimula la salivación pulsional de los imperios.
   Este conjunto de rasgos actúa sobre los pueblos como un chaleco de cuero fresco. Tomamos la imagen de un cuento de Roberto J. Payró: el cuero fresco arropando el torso de un hombre en un principio sabe fresco y blanco, pero pronto, entre el calor del cuerpo y la resolana del exterior, el cuero comienza a secarse, a ponerse duro, rígido, e intolerablemente opresivo. Puede llegar a ser tan opresivo que la vida se hace imposible o se convierte en insoportable.
   Fenómenos como este lo han vivido los países africanos, por lo que ya se suele enunciar la vivencia latinoamericana como una africanización. Los latinoamericanos tienen, a pesar de los quinientos años de depredación, una gran capacidad de resiliencia. Se rebelan. Lo vuelven a intentar.
   A punto tal que hace un tiempo atrás recuerdo haber leído de manera fragmentaria pero con esperanza un libro de Emir Sader: El nuevo topo -Los caminos de la izquierda latinoamericana-, y que mirando con áspero deja vú los sucesos de  Venezuela apareció, chisporroteando, tapando las crudas imágenes, las incongruencias del ciclo siempre repetido de los jóvenes inmolándose por un mundo que nunca será mejor que éste que tenemos, el recuerdo de esa lectura.
   La lucha de los pueblos latinoamericanos nunca dejará de abrevar en la izquierda. Y eso da para otra charla. Y esa lucha, y en esto coincidimos con Sader, siempre es soterrada, por vocación, por necesidad, por seguridad y por poesía política. Como el topo, ciego y oscuro, tierno animalito de pelo duro cavador de túneles que lo llevan a los lugares de la comida, del abrigo y del amor, el pueblo de los países latinoamericanos construye, por debajo del sistema oficial su mañana, su rebelión, acaso la última revolución.
   En Venezuela el topo viene joven, con el grito al viento: en Venezuela, aunque la historia siempre vuelva sobre sus pasos, el topo ruge.

Tropas del gobierno marchando por Caracas durante la Revolución Libertadora 1902
La imagen ha sido tomada de la web. Derechos Públicos.


jueves, 13 de febrero de 2014

El poeta

                                                               No me gusta la lluvia cuando viene 
sosegada y apenas, si no tiene 
la condición de sacudir el mundo.
(Enrique Gamarra -Las raíces-1972-)

   Una lluvia, entre lloviznosa y chaparronera, cae sobre el sur del Chaco argentino desde hace algunos días. La resolana persistente de los cuarenta y ocho grados de los días previos aun persiste en las habitaciones, en el silencio guardado de los placares; entre los libros, que aguantan la inclemencia tan cerca de las paredes, apretujados y mudos, ladrillitos de la vida, postigos, que cuando uno los requiera pueden abrirnos los paisajes más inesperados.
   Entre ellos estará Las raíces. Creo recordar que es el primer libro publicado por el poeta Enrique Gamarra. El ejemplar que atesoro tiene una dedicatoria,  manuscrita y autografiada, a su amigo escultor Enrique Mariscal. El volumen, frágil y mal cuidado llegó a nuestras manos en una casa en la que vivimos en los días de estudiante en Resistencia. Mariscal era el vecino de ahí a la vuelta y sus hijas, altas y exuberantes valquirias, eran amigas de la hija de nuestra casera. 
  Para no decir que esta apropiación fue un alevoso robo, podemos justificarla como un rescate de emergencia. Por otra parte,que no fue el único libro rescatado de emergencia en esa casa y que aun guardamos y cuidamos amorosamente. Pero Las raíces, específicamente, coincidiendo con una época en que más de un libro aparecía con ese nombre, (verbigracia aquel de Alex Haley que narraba la odisea de una familia negra víctima de la comercialización de esclavos) nos descubrió la literatura chaqueña de escritores chaqueños. 
   Si bien ya habíamos leído algunos, entre ellos el extremadamente homenajeado Aledo Luis Meloni, a quien también admiramos razonablemente. Después vinieron todos los otros, a saber,nuestro amado Alfredo Veiravé de quién también ya habíamos leído algo pero a quién aun no habíamos "descubierto". Pero Enrique Gamarra fue un gran amor que ha dejado cenizas. En reiteradas ocasiones iniciamos ciclos escolares, frente a alumnos que sabíamos renuentes de antemano, recitando a voz en cuello los bramidos poéticos de este criollito triste, tan olvidado y tan nuestro. 
   Y era una revancha moral ver a los mocosos apabullados por la fuerza, la olorosa ternura, el palabrerío insoslayable de este poeta ninguneado, a veces cuestionado sin fundamentos, nunca suficientemente reconocido como nosotros ( y acaso él también) creemos que se lo merece.
Enrique Gamarra nació en 1933, en Haumonia, un pueblo casi inexistente en el sureste del Chaco. Gran parte de su obra alude a ese paisaje rudo, a la  pobreza ineludible de estas regiones, a la naturaleza desgarrante y arbitraria que nos ha tocado en suerte. Gamarra ha escrito también novelas y ha dedicdo su vida a la docencia. 
   Escritor y docente. Oficios de soñador. Enrique Gamarra, criollito de Chaco adentro, campesinito emigrado a las urbes ruidosas, profesor, poeta del humo y la pobreza, señor de los pastizales (que tanto se extrañan cuando se camina el cemento de la capital), hoy, aquí, bajo esta lluvia insegura y contradictoria, desde este bulevar donde tanto hemos cantado a gritos tus calientes versos, te nombramos, removiendo cenizas.


Dejamos enlaces para empezar a leer a E.G.,si os apetece:
http://www.institutodecultura.com.ar/2010/06/con-la-antologia-poetica-de-enrique.html
http://decidor.blogspot.com.ar/2007/01/enrique-gamarra.html
http://www.euskonews.com/0532zbk/kosmo53201es.html