Canción en sepia
El tío Víctor acurrucaba sus ojitos verdes y suavizaba la violencia
sanguínea de su rostro abotargado de borrachín. En su gruesa garganta la voz se
ablandaba como un río de leche y miel en el intento de entonar el pegajoso
ritmo del chamamé. Por sobre el punteo de la guitarra los versos melódicos,
llorones, de azucaroso romanticismo silenciaron el barullo fiestero de la
reunión familiar.
“Una noche conversando con la luna // a la
sombra de aquel viejo naranjal…”
Una explosión de protestas, recriminaciones, burlas, acusaciones lo
interrumpió; entre carcajadas y tragos los otros tíos, todos hermanos menores
de Víctor, dieron el veredicto esperable para esa hora de la celebración:
-¡¡Ya está borracho el Víctor!!
-“Conversando con la luna”,¡Ja…Ja…Ja!
-Cómo que conviersa con la luna. ¡Ja!
-Es el último de los Barrios.-Se
defendió el guitarrero.
Era el último de los Barrios. Los románticos Hermanos Barrios. Debe
haber sido allá por finales de los sesenta. La radio había llegado a todas
partes y aunque los pobres carecían, como ha pasado siempre en todas partes, de
muchas cosas necesarias, la mayoría de las familias tenían radio. El transistor
y la pila de carbono lo hicieron posible. La era del consumo iniciaba su
esplendor y también, con la masificación de ciertos hábitos culturales como los
mecanismos de la moda y lo que después se llamaría multiculturalismo, comenzaba
una etapa gloriosa para las culturas orales, populares, de raigambre tradicional.
El chamamé, música con importante adn guaranítico, era poco apreciado en
los núcleos de la cultura capitalina, central. Sin embargo en la región
mesopotámica era la música identitaria y en el Chaco tenía gran predicamento.
Los Hermanos Barrios traían un estilo diferente: melodioso, puerilmente lírico,
con temática amorosa impregnada de melancolía y tristeza; era el chamamé canguí,
tristón, de notas largas que se estiraban como un delicado río de lamentos
sobre la corriente rosada del Paraná que separa y une indistintamente a la
vieja y presumida Corrientes con el juvenil y casquivano Chaco.
Era verdad: “Viejo naranjal” era en esos días el tema recientemente
estrenado por los Barrios. Letra y música de Carlos Gualberto Meza y Martiniano
Barrios, constituyó la novedad familiar traída por el tío Víctor en aquella
navidad de infancia antológica y tan lejana que no logramos recordar el año.
Pero, aún sin la precisión de una fecha, hay sin número de detalles de
aquella navidad, una de las pocas pasadas con la familia amplia: en algún lugar
de la estampa está el tío Tata, entretenidísimo relator de historias
inverosímiles (en los libros aprendimos que sus sucedidos eran los cuentos del
mentiroso, y sí: el tío Tata era el gran mentiroso en una familia de
mentirosos). Un paisaje de vías de tren húmedas de lluvia nos llevaron pasito a
paso a la casa de la abuela que sirvió, tal vez ya bien avanzada la noche, un
budín con frutas hecho en el horno de barro.
La guitarra pasaba de mano en mano porque todos los hombres de la
familia eran guitarreros y cantores. Los mayores todavía cantaban las antiguas
polcas y galopas paraguayas de la época de la Forestal. Los menores ya traían
zambas y canciones del nuevo folclore, o chamamés juveniles como aquel que hoy
volvió a sonar en la radio y abrió, con cincuenta años de distancia un álbum de
rostros sepias e inusitadamente festivos: la infatigable cuenterería del tío
Tata, un budín de frutas, las risas chacotonas de seis o siete muchachos a los
que aún la vida no había arrancado del hogar materno.
Un tiempo ido hace mucho tiempo: el Tata dejó hijos y nietos
desperdigados en el norte santafecino, los tíos se fueron por los cuatro rumbos
como lo hacen todos los hijos de todas las épocas, Víctor y su hermano mayor, Virginio, están muertos, los budines de fruta se compran en el mercado y hace décadas que
aquellas vías de tren, por las que caminamos pacientes y tímidos (eramos niños
de campo) hacia la casa de la abuela Lucía, desaparecieron con el país que
tuvimos y perdimos.
De todo aquello solo quedan las
canciones:
Cuántas
veces conversando con la luna
recordamos de aquel viejo naranjal,
cuando dulce morenita, cual ninguna,
tus promesas perfumabas de azahar.
recordamos de aquel viejo naranjal,
cuando dulce morenita, cual ninguna,
tus promesas perfumabas de azahar.
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Sabemos que todo pasará, que todos nos iremos, primero por el ancho
mundo y luego más allá de este mundo, y que aquí todo se habrá perdido. A excepción,
quizá, de las canciones.