” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

sábado, 3 de agosto de 2013

El abrazo de mis muertos


   La región chaqueña es una larga y ancha llanura con una leve inclinación hacia el sureste que en la actualidad constituye porciones de territorio argentina, boliviano y paraguayo. Hace quinientos años los españoles llegaron a esta región desde todos los puntos cardinales y apenas consiguieron ingresar en ella. El áspero y orgulloso monte que la cubría le dieron a los pueblos seminómades que vivían en ella un natural escudo protector contra la conquista. Los arios conquistadores apena pudieron fundar algunas ciudades en las periferias, cerca de alguno de los grandes ríos que circulan por esta verde zona como nervaduras rojizas o marrones y que dan a la tierra una húmeda fortaleza vegetal que aún hoy, medio milenio después de innúmero saqueo, la hace esplendorosa.
   Una de esas ciudades fundadas por españoles, a orillas del río Paraguay, fue Asunción, hoy capital del Paraguay. Otra, pero en la orilla opuesta del Paraná, fue Corrientes. En el Chaco profundo poco pudieron hacer los conquistadores vestidos de hierro o de ásperas sotanas. Sin embargo, la conquista dejó los procedimientos, las escalofriantes estrategias del genocidio, el desplazamiento, la esclavización, la tortura y la marginación, como formas de domeñar a estos gráciles y oscuros pobladores a los que era tan difícil subyugar.
   Una vez independizadas las colonias y constituidos los estados nacionales, los gobiernos elitistas y oligárquicos que llevaron adelante a los nuevos países aplicaron los mismos métodos atroces para desbrozar el territorio y apropiarse de los recursos que esas nuevas superficies ofrecían. No hay casi nada nuevo que decir acerca de ello porque escritores investigadores como Eduardo Galeano o Gastón Gori ya lo han hecho con detallada precisión y todo lo que queda es leerlos a ellos.
   El Chaco, como todos los lugares de América tenía su oro. En las planicies frías del altiplano tal vez era la sal. En las playas del Pacífico el guano de las aves marinas. Y así había una riqueza deseable para el hombre blanco en cada cauce, en cada quebradura de la tierra, en cada loma, en cada valle. En el Chaco había árboles. Dicen que eran los más grandes, magníficos, orgullosos y duros árboles que pueda imaginarse. Dicen. Mi generación ya no los conoció.
   Por cada árbol, y eran miles, morían de a decenas hombres de piel marrón, ojos mansos, dulce lengua de húmedos sonidos glóticos. Morían trabajando intoxicados de alcohol que el blanco le acercó para no pagarle con alimentos para los hijos, morían rebeldes, desengañados, masacrados por los ejércitos del estado, morían en la arrasadora guerra de conquista que el general Victorica ideó apoyando sus duros y calientes pies de fuego en hileras de fortines que avanzaron sobre el territorio haciendo el viaje inverso a su declive: hacia el norte y hacia el oeste.
   Una vez masacrados, dominados, se los trasladó a reducciones, algunas de las cuales todavía existen, o se los entregó a empresarios para que usufructuaran la fuerza de sus brazos a veces hasta la misma muerte. Muchas de las naciones desaparecieron y solo dejaron un nombre, alguna palabra suelta en el paisaje arrasado, ya sin grandes árboles. Otras sobrevivieron segmentadas, silenciadas, abrumadas por la conquista y la aculturación impiadosa. Los Qom, Los Wichí, los Mocoví, los Vilelas aún resisten. Esta es la historia de la humanidad. La historia de un genocidio.
   Esta es una historia que aun no ha terminado. Porque el genocidio sigue cerrando sus pegajosos y hediondos pétalos carnívoros sobre los pueblos del Chaco. Lo que ayer se hizo por el quebracho o el algodón hoy se hace por la soja. Mueren sus adolescentes a manos de empresarios sojeros, o sus sicarios, mueren sus mansas muchachitas bajo el falo sádico de los muchachotes indignos, mueren sus bebés por que los senos correosos de sus madres no tienen la leche necesaria, mueren por falta de atención médica, mueren de hambre, mueren de abandono, de desprecio, de tristeza.
   Por eso espero que un día todo cambie, que podamos abrazarnos en paz con nuestros muertos por que el mundo ha logrado cambiar y los muertos y los vivos se reconocen en la piedad y la bondad, en la convivencia equitativa, en el improbable amor, que tanto nos cuesta cultivar.
  Y porque estos sobrevivientes, asumen el peso de la historia y lo intentan. Ver elace: http://pocnolec.blogspot.com.ar/