” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

jueves, 26 de junio de 2014

A ella la llamaron La Hermosa

   Una lejana isla, descubierta por los portugueses para el mundo occidental, recibió el nombre de Ilha Formosa, allá por el siglo XVI. La desafortunada isla padeció lo que las bellas padecen: el deseo de conquista de todos los que la avistaron contribuyó a ser sojuzgada sucesivamente por españoles, holandeses, japoneses y chinos. Su nombre de origen seguramente figura en alguna capa de los superpuestos relatos de dominación, guerras, politiquerías, burocracias y militarizaciones que padeció. Hoy se llama Taiwán, para nosotros y aparentemente está bajo la férula de China. Su larga historia tal vez en nada se parecerá a la de otra Formosa que tenemos por aquí en las cercanías.
   En aquellos años del siglo citado subían río Paraguay arriba algunos navegantes, exploradores, conquistadores, españoles y en su codiciosa mirada hambrienta de riquezas, preñada de ansias de posesión, se recortó, distinta, verde, lujuriosa, una curva del río con su punta de tierra implosionada de verde. Estos hombres eran aventureros, impulsivos y acaso valientes, pero no tenían demasiada originalidad, así que llamaron Formosa a la punta de tierra que los tentaba con sus promesas de calladas y jugosas mujeres desnudas, con los frutos pegajosos de almíbar, aroma y tersura mojada, palpitante incitación al goce y la conquista.Y la conquistaron.
   Formosa sigue llamándose con aquel nombre repetido y copiado de otras aventuras y otros paisajes. Es hoy una provincia argentina y hace honor a su nombre. Pero es, también, el feudo de unos pocos políticos que han sido denunciados continuamente desde hace veinte años por sus interminables violaciones a los derechos humanos, por su insaciable pulsión de riquezas, por su descarada crueldad, por su inaudita impunidad, por su impúdica exhibición de poder.
   Como toda América, Formosa ha padecido la conquista a sangre, fuego y despojo. Derramamiento de sangre que no termina, fuego que nunca deja de destruir, despojo que sigue macerando miseria y degradación. Formosa es mundo aparte en este país de provincias feudales, es una zona liberada para la injusticia y la persecución de sus originarios, es camino de contrabando y narcotráfico, es una herida agusanada que nadie desea desinfestar ni desinfectar porque los intereses de los pocos sostienen las ventajas de unos cuantos y porque el modelo áfrica está enquistado en América Latina. 
   Las voces de estos indios corajudos y oscuros no se escuchan demasiado lejos. Ellos gruñen, selváticos, resistentes, explotados como el primer día de la conquista (cinco siglos igual cantan los juglares de acá) y a veces aúllan a la luna, pálida madre sufriente que solo puede suavizar el brillo repulsivo de las necrosis de la injusticia. Asesinatos y expedientes se acumulan en el monte y en los juzgados de Formosa. Reclamos y protestas son acallados y reprimidos con violencia, pero aún más con el infinito, brumoso silencio, que rodea estas duras historias así como el mar rodea a Taiwán, en las antípodas, aquella ilha formosa que le diera a esta selva el nombre de su fatalidad.  

                                        Imagen tomada de http://pocnolec.blogspot.com.ar/ 

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domingo, 1 de junio de 2014

El viento quisiera ser

   Y un día nos volvimos a enamorar. Como siempre sucede el amor llegó sin avisar, cuando menos se lo esperaba, como una flecha invisible y extraviada que sin buscar donde caer, cayó en ese lampo estéril de nuestro corazón vacío, de esta vida azorada y quieta, de este larga madrugada opaca, seca de sueños.
   Tantos amores idos, tantas caras bellas o no, jóvenes o no, reales o ficticias. Medio siglo es un largo tiempo: para quien busca o no busca. Porque aun cuando se ha tomado distancia de las crueles pasiones y su ácida quemadura, aun cuando se ha desechado el ideal de la ternura cálida de la compaña cortesana y gentil, aun cuando se haya aceptado el trueque de la sana amistad sin riesgos, aun cuando la soledad se ha convertido en nuestra hermana más comprensiva y paciente, aun con todo ello, como decía Silvina Ocampo, "siempre volvemos a enamorarnos de los seres hermosos".
   Buscábamos por esos días noticias de Federico. Sus últimas terribles horas, su último poema, su último amorío. Y así encontramos musicalizados "Los sonetos del amor oscuro". Los cantaba una voz como un manantial. Esa voz venía desde una raíz fragante, tersa y luminosa y florecía en el aire, raiz y flor al mismo tiempo. Volvía a vivir Federico, en esa voz. 
   Así que como un animal sediento que entre las zarzas huele las flores frescas que crecen más allá del espinoso muro, más allá de las piedras grises, más allá del sombrío borde de la noche y de la muerte, en el agua trasparente y musical que fluye, eternamente serena, a pesar de la cercanía con lo áspero y lo cruel y lo innominado, como un animalito solitario perseguimos la estela sedosa de esa voz y llegamos a la orilla florecida, al manantial absoluto.
   Y muchos días vivimos en esa suave pendiente donde sobre doradas o azules piedras pasaba, diciendo lo nunca oído, aquella agua luminosa. Tal vez los que imaginaron el paraíso atisbaron una voz así y un inagotable y delicado encaje de palabras enredadas, engarzadas, entretejidas entre las notas de una guitarra o bajo la filigrana de la música de un piano, de un violín. 
   Así como los marineros atrapados por la magia de sus gargantas se dejaban arrastrar por las sirenas a ocultas, inaccesible y mortales playas, así nos dejamos llevar a ese universo en el que siempre había un pétalo blanco flotando sobre un centrífugo expandir de ondas mojadas y murmurantes. Un universo dentro del cual la poesía se impregnaba de dimensiones líricas inesperadas, donde el dolor y la ansiedad de la vida no eran tan terribles como era de amable la nostalgia por la belleza indecible, vívida, esplendorosa de esas canciones.
   Con él conocimos a otras gentes, algún su amigo, alguna de sus damas. Tuvimos que aceptar que habíamos llegado a ese territorio demasiado tarde para reclamar exclusividad. Teníamos sin embargo para compartir la poesía sangrienta y florecida de Federico y aceptamos el almibarado romanticismo localista de Rosalía, su gran amor. Es decir, lo aceptamos también con algún detalle menor que no nos hacía tan felices. Su origen galaico era parte de su encanto, le daba ese tinte delicado de juglar, la tonalidad ambarina en la voz, la quietud pícara de los ojos, la gracia de las manos.
   A veces volvemos a él por las sendas secretas de las redes sociales y lo espiamos un poquito, para saber dónde anda, que canciones nuevas ha soltado a los vientos. Y recuperamos aquel deslumbramiento. El mismo que nos desgarrara el corazón cuando nos cantara una fría madrugada con su voz de filomena y amapolas: 
                         Tengo en el pecho una jaula, 
                     en la jaula dentro un pájaro, 
                     el pájaro lleva dentro del pecho 
                     un niño cantando 
                     en una jaula 
                     lo que yo canto. 

   Y nos enamoramos un ratito otra vez, el tiempo suficiente para decirle cuán magnífico es su canto, su canto maravilloso señor Amancio Prada, usted que lleva en el pecho una jaula con nuestro mínimo y silencioso corazón. Eso que Usted cree que es un pájaro.