” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

domingo, 27 de julio de 2014

Mala noche y parir hembra

   La mirada polarizada es un eje conceptual constitutivo del paradigma de occidente. Ayer fue Grecia y los bárbaros, creyentes y gentiles, Roma y el mundo, cristianos y judíos, cristianos o herejes, blancos o negros, occidente u oriente, metrópoli o colonia. Un día se habló del norte y el sur, el este y el oeste, capitalismo o comunismo. La lista es inacabable. 
   Todas las polarizaciones imaginables tienen su lugar en ese modelo de nociones opuestas que acaso nació en la medialuna fértil con aquellos dioses de la luz y la sombra, la noche y el día, el bien y el mal: Mazda y Arimán. En realidad la historia de estos hermanos mitológicos es compleja, contradictoria y penosa, porque parte de la elección paterna que decide elegir a uno de ellos por sobre el otro para considerarlo primogénito y por ende meritorio de los derechos y prerrogativas por sobre todas las cosas. Desde el momento del nacimiento de Mazda, luego Ormuz, la existencia toda quedó partida en dos, como la relación de estos hermanos que se llevaron con su destino desde la luz hasta los olores: Ormuz será la luz y el aroma en tanto Arimán será la oscuridad y el hedor.
   Estos pueblos semitas son nuestros verdaderos padres, con sus luchas terribles y escandalosas que aún perduran, con su poder para las ideas y la resistencia, con su capacidad para mirar el cielo y descubrir ese orden inconmensurable y perenne que rige nuestro rodar infinito en el espacio. Los griegos fueron a buscarlos, los pelearon cara a cara y luego se sentaron a conversar entre ellos durante cinco siglos acerca de los saberes asombrosos que se guardaban en las severas bibliotecas del cercano oriente, entre arenas de desierto y montañas de oro conquistado.
   Y los griegos, pueblo venido de la luz, cambiaron su modelo pastoril y matriarcal por el modelo heroico, guerrero y machista de estos semitas perfumados y calientes que guardaban sus mujeres en cajas lujosas para el uso o el olvido, según sus caprichos. Ulises y Edipo lo ilustran de maravillas. Antígona luchando por hacerse oír y recuperar valores esenciales de pudor y ternura, es acaso el ejemplo más ilustrativo de los discursos que se habían subsumido con el nuevo paradigma y que habían dejado de tener sentido frente al severo modelo de autoridad varonil.
   Había llegado a ese pueblo de cabeza tan abierta y tan innovadora una noción extraña: la noción de dominación. Treinta siglos han rodado sobre las aguas del Egeo que vieron aquella mañana desangrarse una niña sobre la piedra ritual para que un ejército saliera a atrapar una mujer evadida. No importa la explicación geopolítica de aquella guerra repugnante donde muchos principios fueron pisoteados para que otros se impusieran. Es mucho más rico el mito con su sentido implícito, con su simbología: un mundo, una manera de vivir y pensar sucumbió con el incendio más monumental de la historia, ese que aún hecha sus flamas sobre occidente. 
   Desde entonces, la idea oriental de la mujer objeto disfrazada con términos como pudor, decencia, honor, obediencia, respeto, impregnó el mundo occidental y llegó a América con la conquista. La mujer como segundona, el segundo sexo, el segundo cuerpo, el cerebro de menor peso. Frued, Lacan y las leyes para justificar esa segundidad.
   ¿A quién le importa esa segundidad cuando una mujer ha sido capaz de no tenerla en cuenta, de desconocerla y vivir y crecer y envejecer como persona, al margen de su propia biología o con ella y todo? Importa sí, cuando no se logra hacer oídos sordos a las tantas mujeres que levantan sus genitales como un arma mortal de oscuridad y hedor y los exhiben impúdicas dueñas del viejo poder químico y salaz que podía, y puede, doblar cervices de reyes y de reinos. O de empresarios y capitales, hoy día.
   Mujeres que se dejan exhibir en programas televisivos, en pasarelas, en las avenidas desoladas de las locas ciudades, en las redes sociales, en cualquier esquina, ofreciendo en mercancía la mera madeja de su cuerpo como el bien absoluto. Entonces, treinta siglos de yugo se afianzan y baten carcajadas cadavéricas sobre esas nalgas expuestas cuando el conductor de televisión las termina de desnudar en público, cuando el otro conductor de televisión les dice "zorra" con toda impunidad y el insulto se replica en los medios como un eco interminable, cuando el más tosco de los hombres (dicen que sutil futbolista) hace encarcelar a una muchacha por oscuros motivos insondables (tal vez).
   Esto es solo una pizca invisible de lo que pasa en el mundo con las hembras de la especie, con sus congéneres que no aprendieron a jugar un rol digno en pro de sus derechos y los de sus hijas. Esto es occidente: un modelo de convivencia donde el principio del dominio sobre el otro no ha cambiado en treinta siglos y cuando algo se modifica es solo para invertir los roles. Este es el occidente que pretende dar cátedra en aquellos lugares donde las hogueras esplenden intentando destruir un universo para instalar el del vencedor. 
   Occidente olvida que la sangre de Ifigenia nutre soterrada e inocente su destino de siglos y que la carne de Helena aun impregna con su aroma las hogueras del mundo. Occidente debería rescatar el sentido de esa sangre que todavía pulsa en su raíz ideológica por salir a la vida y no debería volver a los pies de las altas murallas de Ilión. Ilión no necesita a Occidente y toda vez que Occidente intervino Ilión ardió. Que lo digan sino Palestina e Israel con sus niños llorando de terror entre las piedras en llamas. Y que Occidente pueda desmentir que no ha tenido gran responsabilidad en el artificioso esquema creado que hoy estalla en pedazos.

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sábado, 19 de julio de 2014

Porque a sufrir has venido

   Buenos días, tristeza; así recibía una jovencísima burguesita su propia llegada a la adultez en la reconocida novela de Françoise Sagan. Tiene hilo para cortar y tejer esto de la tristeza y el llanto. Los que escribimos generalmente lo hacemos con mayor soltura y mejor estro cuando se trata de temas amargos. No se escribe porque se sea feliz sino para buscar al menos el gajo transparente y neblinoso que remeda el velo delicado de la milagrosa, mágica, reina Mab.
   El dolor, la pena, el sentimiento trágico de la vida, la tristeza secular del indio conquistado y subyugado, el pathos ineludible del predestinado griego, el padecimiento del mártir, la exacerbación de la culpa que pide castigo de los místicos, y tantas otras formas de padecer que el hombre ensalza en su continuo derrotero hacia la playa melancólica y sola del sufrimiento.
  Y en ese sufrir se confunden razones y motivos. Desde los pueriles dolores de la adolescencia que desgarra sus velos juveniles en melopea de llanto por el primer amor igual que por un mechón de pelo mal rizado o una prenda de vestir que acentúa el ridículo del cuerpo desarmónico y tosco; hasta el dolor desgarrador del primer muerto amado que cava en cada vida el hoyo oscuro y hosco de la finitud inevitable. Dolores tan disimiles y tan vívidos, tan humanos.
   Pero la adolescencia es una escuela para la vida. Es entendible que se ejercite en ella la sensibilidad y sus meandros, los vericuetos alocados o complejos de la existencia. Otra reflexión merece la vida con sus azares y sus certezas, si es que alguna nos da, cuando ya ella nos ha galardonado con sus diplomas más exigentes y sus medallas más broncíneas.
   Ganadores, perdedores, luchadores del phatos personal de cada uno, aprendimos que el amor tiene mil caras, que la risa puede ser una máscara cruel y tensa, que las lágrimas son muchas veces solo agua con algunas sales, que es posible medir el alcance de cada dificultad y cada derrota y que nos hemos vuelto dueños y señores de nuestras tristezas. Y descubrimos cuanto más valioso es recapitular sobre los detritos de las pérdidas y aprovechar como insumo los fracasos.
   Para algunas personas, para ciertos pueblos, la vida es una sumatoria de caídas. Habría que ver de dónde se alimenta su retahila de dificultades, su rosario de angustias, su encadenamiento de derrotas. Aunque, como creían los griegos, tal vez todo está escrito y el hombre solo lo lee a medida que vive, hace presente y existencia lo que la moira ya estableció para él. Por eso debe ser que el inundado vuelve a su tapera desolada, carcomida, arrasada por las barrosas corrientes, cuando viene la bajante. Y vuelve a criar sus gallinas, y sus perros, y sus niños, en un reinicio inescrutable de ciclo, porque la vida sigue, porque para sufrir estamos en este mundo. 
   Entonces debe tener sentido que todo un pueblo llore por una copa, que ni siquiera es copa sino apenas un ícono burdo de los sueños y pasiones de la vaciedad, mientras en el norte miles de niños, miles de hombres y mujeres con sus perros, sus caballitos y sus cabritas mustias, rescatan lo mínimo de sus mínimas existencias en pobres canoítas, por sobre el lomo marrón y enloquecido de los padres ríos que alguna venganza terrible se están cobrando.
   Y van casi solos, con las hilachas de su destino mojado y frío; porque mientras tanto sus hermanos, o al menos sus conciudadanos, andan llorando por las plazas la pena caliente y luminosa que se transmite por las pantallas del mundo.


                                                                                                        Las imágenes son de: www.TerritotioDigital.com y de: Getty Images