” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

sábado, 19 de julio de 2014

Porque a sufrir has venido

   Buenos días, tristeza; así recibía una jovencísima burguesita su propia llegada a la adultez en la reconocida novela de Françoise Sagan. Tiene hilo para cortar y tejer esto de la tristeza y el llanto. Los que escribimos generalmente lo hacemos con mayor soltura y mejor estro cuando se trata de temas amargos. No se escribe porque se sea feliz sino para buscar al menos el gajo transparente y neblinoso que remeda el velo delicado de la milagrosa, mágica, reina Mab.
   El dolor, la pena, el sentimiento trágico de la vida, la tristeza secular del indio conquistado y subyugado, el pathos ineludible del predestinado griego, el padecimiento del mártir, la exacerbación de la culpa que pide castigo de los místicos, y tantas otras formas de padecer que el hombre ensalza en su continuo derrotero hacia la playa melancólica y sola del sufrimiento.
  Y en ese sufrir se confunden razones y motivos. Desde los pueriles dolores de la adolescencia que desgarra sus velos juveniles en melopea de llanto por el primer amor igual que por un mechón de pelo mal rizado o una prenda de vestir que acentúa el ridículo del cuerpo desarmónico y tosco; hasta el dolor desgarrador del primer muerto amado que cava en cada vida el hoyo oscuro y hosco de la finitud inevitable. Dolores tan disimiles y tan vívidos, tan humanos.
   Pero la adolescencia es una escuela para la vida. Es entendible que se ejercite en ella la sensibilidad y sus meandros, los vericuetos alocados o complejos de la existencia. Otra reflexión merece la vida con sus azares y sus certezas, si es que alguna nos da, cuando ya ella nos ha galardonado con sus diplomas más exigentes y sus medallas más broncíneas.
   Ganadores, perdedores, luchadores del phatos personal de cada uno, aprendimos que el amor tiene mil caras, que la risa puede ser una máscara cruel y tensa, que las lágrimas son muchas veces solo agua con algunas sales, que es posible medir el alcance de cada dificultad y cada derrota y que nos hemos vuelto dueños y señores de nuestras tristezas. Y descubrimos cuanto más valioso es recapitular sobre los detritos de las pérdidas y aprovechar como insumo los fracasos.
   Para algunas personas, para ciertos pueblos, la vida es una sumatoria de caídas. Habría que ver de dónde se alimenta su retahila de dificultades, su rosario de angustias, su encadenamiento de derrotas. Aunque, como creían los griegos, tal vez todo está escrito y el hombre solo lo lee a medida que vive, hace presente y existencia lo que la moira ya estableció para él. Por eso debe ser que el inundado vuelve a su tapera desolada, carcomida, arrasada por las barrosas corrientes, cuando viene la bajante. Y vuelve a criar sus gallinas, y sus perros, y sus niños, en un reinicio inescrutable de ciclo, porque la vida sigue, porque para sufrir estamos en este mundo. 
   Entonces debe tener sentido que todo un pueblo llore por una copa, que ni siquiera es copa sino apenas un ícono burdo de los sueños y pasiones de la vaciedad, mientras en el norte miles de niños, miles de hombres y mujeres con sus perros, sus caballitos y sus cabritas mustias, rescatan lo mínimo de sus mínimas existencias en pobres canoítas, por sobre el lomo marrón y enloquecido de los padres ríos que alguna venganza terrible se están cobrando.
   Y van casi solos, con las hilachas de su destino mojado y frío; porque mientras tanto sus hermanos, o al menos sus conciudadanos, andan llorando por las plazas la pena caliente y luminosa que se transmite por las pantallas del mundo.


                                                                                                        Las imágenes son de: www.TerritotioDigital.com y de: Getty Images                                                           


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