” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

jueves, 30 de abril de 2015

El Romancero de Chicho


   Ahora que por aquí se juega a las elecciones y que se oyen y leen tantas barrabasadas (el palo y la promesa dice este juglar maravilloso), rescatamos de la cultura española, por la que nuestra admiración no decae, la obra de este hombre magnífico, primitivo y valiente como muy pocos podrían llegar a demostrarlo.
   Chicho Sanchez Ferlosio puede equipararse entre los nuestros, si acaso, a Horacio Guaraní, tal vez, y con todo el respeto que ambos nos merecen. Hombre de gran compromiso político, hombre de sensibilidad y talento artístico deslumbrador, hombre libre hasta la desnudez sanguinolenta de la conciencia, hombre íntegro hasta la carne viva del riesgo, conoció el mundo, conoció a los hombres y tomó partido por los que siempre pierden en esta sociedad contradictoria e inequitativa.
   Chicho Ferlosio, miembro de una familia de intelectuales, su padre fue funcionario del gobierno de Franco y escritor consagrado del régimen, su hermano Rafael aparece en primer término en los buscadores de la red por ser también escritor laureado, su sobrina Marta es cantante pop de seductor encanto comercial. 
   Pero Chicho supo ser él mismo y por ello anduvo siempre a contramano del orden establecido. Modelo de creadores para la camada de cantautores de los años setenta nunca persiguió la fama pero le fue dada la celebridad. Es cierto que si vamos a los buscadores tampoco aparece en la nutrida lista que encabeza Alejandro Sanz, embellece Julio Iglesias y adorna Joan Manuel Serrat. Ellos hicieron carrera. Chicho Sanchez Ferlosio hizo de todo. Versos y música entre otras cosas. 
   Amancio Prada lo homenajea a menudo y algunos de los de su generación lustran sus pendones con la amistad que Chicho les obsequió. Un día se hará la historia seria de la cultura española en la que no se consideren los mecanismos consumistas de los medios que imponen tendencias y gustos, y esta generación de juglares reales será la sintesis de la esencia creadora de España por sobre las televisivas figuras de los figurones. Se lo merecen porque traen las populares raíces medievales y porque esplenden en las flores de la rebeldía y la verdad.
   Hasta tanto, nosotros homenajeamos al artista que fuera el hijo de Sanchez Masa (si, el facista de "Soldados de Salamina" de Cercas, je) y qué bien le vendría a los políticos nuestros escuchar un poco esta corajuda juglaría. Ojalá lo hicieran antes del "primer minuto de gestión".



                                                                    Romancero de Durruti - Chicho Sánchez Ferlosio



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sábado, 25 de abril de 2015

 Y en tu cielo... la luz


    En todo pueblo hay lugares míticos, lugares llenos de historias pequeñas que están enmarcadas en la gran historia, lugares donde el pasado y el presente intersectan en un ámbito mágico, un lugar y tiempo duendil y milagroso, un pequeño espacio en el que la realidad se quiebra imperceptiblemente y en cuya grieta se cierran, se sumergen, para ser raíces, los sueños, los trabajos, las proezas de una generación y nacen los nuevos tiempos, tan distintos, tan distantes.
   Villa Ángela tiene lugares donde ese misterioso quiebre entre lo que fue y lo que es/será. El ayer de un pueblo, la gente que allí estuvo y construyó sin alharacas ni luces de espectáculo una existencia,una cotidianidad que, aunque pareciera no haber existido nunca, estuvo allí, y fue la vida de hombres y mujeres cuyos hijos y nietos trasiegan hoy las calles y los días, sin sospechar cuánto fue necesario de ese ir y venir de sus antepasados para que el mundo siguiera andando. 
   La fábrica de tanino, cuyas ruinas invadidas por el verde intransigente del Chaco, hoy, en un ritual que dura décadas, se derrumban sin cesar bajo la luz inmensurable del sol subtropical de la región. Las ruinas son un paisaje en el que la naturaleza recupera su espacio paciente y persistente, sin rendirse. Pero ambas, la fábrica, que más parece una imagen escapada de los relatos de Roa Bastos, y la naturaleza, con su feracidad y su ferocidad, juegan, desde hace treinta años, una pulseada paciente, empecinada. 
   Nada del ayer está igual; también los hombres con su insaciable rapiña o su ingente necesidad han ayudado a la destrucción. La nostalgia se desorienta desde antes de ingresar a los espacios queridos y antaño tan conocidos, ahí donde nuestros pasos y nuestros ojos ya sabían como andar y qué mirar. Ahora hay que golpear a la memoria con el martillo de la realidad para recorrerla siguiendo el circuito tremebundo y recreado de los pasos del pasado.
   Se entraba por el portón de la balanza. Un amplio camino, aplanado por el circular continuo de camiones cargados de rollizos, nos guiaba por la derecha, hacia las playas donde los inmensos troncos de quebracho entregaban su última resistencia, y por la izquierda hacia las portentosas poleas de la aserrinera, que molía los colosos con filosa disciplina y los dejaba inerme en manos de los grandes tachos de la cocina, hacia adentro del gran galpón que era el corazón de la fábrica. De ahí hacia los galpones donde se estibaba el producto rojizo, ácido y terso, con el que alemanes e italianos curtirían las pieles que calzarían y vestirían a los dandis de Europa.
   Ahora la balanza es una casita vacía y en su frente una fosa llena de agua todavía espera el reposo de los poderosos camiones de guinche que sobre ella medían el alcance de su poder. En el ancho callejón de ayer árboles y pastizales han sufrido los desgarros de la última tormenta y un cardo de arbusto florece azulino y rústico para el disfrute apasionado de un mangangá. Entre alta y cerrada maleza enfilamos hacia la aserrinera, siguiendo una huella apenas visible de lo que debió ser la trocha de la vía del pintoresco tren de la empresa, y llegamos a la tolva de la que solo quedan altos horcones de quebracho, impasibles, casi eternos. La aserrinera es un conjunto de grandes ruedas de metal que apabullan el asombro y golpean con el recuerdo de su poderío. El galpón donde estuvo la cocina es un gran colador de luz majestuosa que parece concentrarse toda sobre la cabeza del visitante para luego rebotar sobre el increíble piso de mosaicos rojos y amarillos, casi impecable. 
   Y accedemos al sacrosanto corazón emotivo de la fábrica: la mítica chimenea que se trepa hasta el cielo, como lo hicieron los sueños de un país desaparecido por tantas razones que no queremos enumerar ni recordar ahora, hasta el cielo azul, azul el cielo y un girón blanquecino, deshilachado, impoluto, como una gasa tierna allá, en el extremo.
   Este testimonio histórico de las economías esquilmadoras del modelo exportador de materia prima fue sin embargo el templo del trabajo para la niñez con padres tanineros. El corazón llora deshecho de ternura abrazado a estos ladrillos, a esta luz, a estas raíces que nos confirman cómo los nuevos árboles, con sus pájaros, sus flores, sus frutos y los nuevos niños, crecerán desde los cimientos de lo que hemos amado y conocido y creíamos eternamente nuestro, eternamente.  






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