” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

sábado, 25 de abril de 2015

 Y en tu cielo... la luz


    En todo pueblo hay lugares míticos, lugares llenos de historias pequeñas que están enmarcadas en la gran historia, lugares donde el pasado y el presente intersectan en un ámbito mágico, un lugar y tiempo duendil y milagroso, un pequeño espacio en el que la realidad se quiebra imperceptiblemente y en cuya grieta se cierran, se sumergen, para ser raíces, los sueños, los trabajos, las proezas de una generación y nacen los nuevos tiempos, tan distintos, tan distantes.
   Villa Ángela tiene lugares donde ese misterioso quiebre entre lo que fue y lo que es/será. El ayer de un pueblo, la gente que allí estuvo y construyó sin alharacas ni luces de espectáculo una existencia,una cotidianidad que, aunque pareciera no haber existido nunca, estuvo allí, y fue la vida de hombres y mujeres cuyos hijos y nietos trasiegan hoy las calles y los días, sin sospechar cuánto fue necesario de ese ir y venir de sus antepasados para que el mundo siguiera andando. 
   La fábrica de tanino, cuyas ruinas invadidas por el verde intransigente del Chaco, hoy, en un ritual que dura décadas, se derrumban sin cesar bajo la luz inmensurable del sol subtropical de la región. Las ruinas son un paisaje en el que la naturaleza recupera su espacio paciente y persistente, sin rendirse. Pero ambas, la fábrica, que más parece una imagen escapada de los relatos de Roa Bastos, y la naturaleza, con su feracidad y su ferocidad, juegan, desde hace treinta años, una pulseada paciente, empecinada. 
   Nada del ayer está igual; también los hombres con su insaciable rapiña o su ingente necesidad han ayudado a la destrucción. La nostalgia se desorienta desde antes de ingresar a los espacios queridos y antaño tan conocidos, ahí donde nuestros pasos y nuestros ojos ya sabían como andar y qué mirar. Ahora hay que golpear a la memoria con el martillo de la realidad para recorrerla siguiendo el circuito tremebundo y recreado de los pasos del pasado.
   Se entraba por el portón de la balanza. Un amplio camino, aplanado por el circular continuo de camiones cargados de rollizos, nos guiaba por la derecha, hacia las playas donde los inmensos troncos de quebracho entregaban su última resistencia, y por la izquierda hacia las portentosas poleas de la aserrinera, que molía los colosos con filosa disciplina y los dejaba inerme en manos de los grandes tachos de la cocina, hacia adentro del gran galpón que era el corazón de la fábrica. De ahí hacia los galpones donde se estibaba el producto rojizo, ácido y terso, con el que alemanes e italianos curtirían las pieles que calzarían y vestirían a los dandis de Europa.
   Ahora la balanza es una casita vacía y en su frente una fosa llena de agua todavía espera el reposo de los poderosos camiones de guinche que sobre ella medían el alcance de su poder. En el ancho callejón de ayer árboles y pastizales han sufrido los desgarros de la última tormenta y un cardo de arbusto florece azulino y rústico para el disfrute apasionado de un mangangá. Entre alta y cerrada maleza enfilamos hacia la aserrinera, siguiendo una huella apenas visible de lo que debió ser la trocha de la vía del pintoresco tren de la empresa, y llegamos a la tolva de la que solo quedan altos horcones de quebracho, impasibles, casi eternos. La aserrinera es un conjunto de grandes ruedas de metal que apabullan el asombro y golpean con el recuerdo de su poderío. El galpón donde estuvo la cocina es un gran colador de luz majestuosa que parece concentrarse toda sobre la cabeza del visitante para luego rebotar sobre el increíble piso de mosaicos rojos y amarillos, casi impecable. 
   Y accedemos al sacrosanto corazón emotivo de la fábrica: la mítica chimenea que se trepa hasta el cielo, como lo hicieron los sueños de un país desaparecido por tantas razones que no queremos enumerar ni recordar ahora, hasta el cielo azul, azul el cielo y un girón blanquecino, deshilachado, impoluto, como una gasa tierna allá, en el extremo.
   Este testimonio histórico de las economías esquilmadoras del modelo exportador de materia prima fue sin embargo el templo del trabajo para la niñez con padres tanineros. El corazón llora deshecho de ternura abrazado a estos ladrillos, a esta luz, a estas raíces que nos confirman cómo los nuevos árboles, con sus pájaros, sus flores, sus frutos y los nuevos niños, crecerán desde los cimientos de lo que hemos amado y conocido y creíamos eternamente nuestro, eternamente.  






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