” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

domingo, 8 de diciembre de 2013

De la columna al bulevard

   Simón, el estilita, vivió toda su vida adulta alejado del mundo. Lo logró en gran medida buscando la altura: primero fue un promontorio, pero como la gente llegaba igual y no lo dejaba gozar del deseado aislamiento, Simón se instaló sobre una columna, la cual fue adquiriendo mayor altura cada vez, hasta llegar a medir quince metros. Debió haber vivido en esa condición entre veinticinco y treinta y cinco años. No fue el único, pero es de quién he tenido noticias siendo yo muy joven, gracias a mis apasionadas lecturas de la obra de Herman Hesse. 
   El mayor asombro, y las preguntas en aquellos años, lo constituían para mi las cuestiones prácticas de una vida en esas condiciones. Viniendo de una cultura campesina, sintiéndome dueña de las distancias y de anchos paisajes como lo son aún hoy los del Chaco rural, era difícil de asumir que alguien viviera en una superficie tan estrecha como aquella plataforma a la intemperie donde Simón pasó su larga vida. La estrechez del lugar, la desnudez, la probable ausencia de todo tipo de higiene, me asombraban y me repugnaban en medidas iguales.
   Han pasado muchos años en mi vida; y en el mundo han pasado muchos siglos desde la vida de Simón y su ascética manera de buscar la santidad. El mundo y la humanidad son aterradoramente multitudinarios y la tecnología digital ha replanteado la concepción de la soledad y de las búsquedas personales. Se está hoy en un estrecho lugar, eso sí lleno de confort, y se está allí solo, pero a la vez en relación con mucha gente, algunas decenas o algunos miles, según que uno sea más exhibicionista o más popular o más vistoso, o más consecuente con la cultura de la imagen. 
   Esos ámbitos digitales dan cierta percepción de vida social, de acompañamiento, de posibilidades de cercanía y participación. Son ricos en personas que tienen muy poco para decir y, en general eso que tienen para decir consiste en una receta sobre como vivir maravillosamente bien, maravillosamente light, maravillosamente perfectos. En esas redes todos son tan buenos y dulces y generosos, todos tienen la justa y verdadera opinión sobre todo. Nadie en realidad escucha y mira al otro más que con la caliente mirada de la competencia y el exhibicionismo. 
   Simón, el estilista, intentó separarse del mundo. sin embargo el mundo lo seguía adonde fuera y multitudes de hombres desfilaron al pie de su columna y muchos treparon a ella para pedirle consejos o escuchar su prédica espiritual. Simón no salió al mundo. el mundo vino a él.
   No puedo, como Simón, subirme a una columna, padezco de vértigo y soy extremadamente sensible a la intemperie. Pero tengo un bulevard por el que he andado y desandado mi infancia, mi ingenua adolescencia y mi atormentada juventud. Vuelvo a él cada tanto. Bajo sus viejos y maltrechos eucaliptos camino y divago mientras espero que lo poco que he aprendido y sembrado y cuidado, florezca para otros como florece el trébol su flor amarilla o azul; tímido, pequeño, sin claudicar, en cada primavera.
   El bulevard es un lugar donde seguramente podré defender la posibilidad que cada hombre tiene de ser distinto, de sufrir su propia desazón de existencia absurda, de celebrar la mansa felicidad del amor cotidiano, de beber la exaltación de la lucha necesaria, de vivir la vida sin necesidad de exhibirla a las miradas de nadie pero también sin esconderla en la miseria o el temor.
   En este bulevard no hay negros ni blancos, hombres o mujeres, jóvenes o viejos, lindos o feos. El bulevard es un ámbito donde todos merecen la vida, hasta los pequeños escarabajos que empujan como Sísifo la oscura pelota de su tristeza. Este bulevard es un homenaje a la bondad, a la libertad y a la palabra. Nadie te pedirá que vengas. Pero aún sin llamarte podrás entrar y caminar por él.
Porque, finalmente, aunque me aterran las magníficas alturas de la santidad y la gloria, quiero ser un poco como Simón, aquel ermitaño que quería estar a solas con su dios pero que nunca rechazó a ninguno de los que se acercaron a los pies de su columna.











No hay comentarios:

Publicar un comentario