Boulevard
Los bulevares son avenidas bordeadas de
árboles. Son un residuo cultural urbano de los tiempos en que nuestra sociedad estuvo impregnada, influenciada, por la cultura francesa, allá por el siglo
XIX. Y principios del siglo XX.
En mi novela individual los bulevares
representan un marco emocional importante de mi identidad. Están en mi recuerdo
desde mi más lejana infancia y son en cierto modo el lugar desde el que aprendí
a ver el mundo.
Los veo de algún modo como una metáfora: la
vida es un largo bulevar, a veces sinuoso, a veces decadente, a veces renovado.
En ciertas épocas recorrí esos bulevares en bicicleta. Iba y venía a su vera
haciendo mandados. No era consciente entonces de la felicidad o la plenitud que
me arropaba. Hasta que un día de esos me fui lejos. Y los comencé a extrañar.
Mi ciudad, una ciudad del interior del Chaco, es como una mujer hermosa, casquivana, frívola, y a veces, como yo le he sido, un
poco inconsecuente con su pasado. Nació ella del amargo y sudoroso trabajo del tanino
y se hizo pujante y alegre gracias al esfuerzo de muchos hombres que en ese
entonces transpiraban en sus montes, en sus fábricas (sobre todo la de tanino),
en sus algodonales.
Hoy apenas le queda el sudor con brillantina
de sus comparseros. Pero sus bulevares han vuelto a renacer. Se están
transformando en anchas avenidas luminosas y otros niños, con otra historia,
juegan y trajinan por ellas.
El bulevar de mi infancia todavía sigue
igual. Aunque ahora le han renovado el sendero central y hay nuevos árboles,
chiquitos, ingenuos, creciendo junto a los antiguos, maltrechos eucaliptos.
Nuevos árboles, nuevos niños.
Como esas
viejas damas que alguna vez fueron hermosas y deseadas, Villa Ángela sabe cómo
renovar sus encantos.
Grego cuanta sensibilidad p esta posmodernidad fria y decadente
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