Aquellas utopías
Tal vez haya alguien más que está mirando lo que pasa entre nosotros,
además del fútbol, y las botineras, y las pantallas del
entretenimiento y la festichola interminable. Porque hace cuarenta o treinta
años atrás andábamos los argentinos con un montón de jóvenes peleando, con
diversas herramientas que no da este espacio, por ahora, para analizar. Y era
una pelea rica en sueños, en proyección de futuro y en vocación de cambio. Era
ese un tiempo que no le temía al cambio. Lo buscaba con pasión, fundamentando
esa esperanza con un discurso llameante y desconsiderado.
Después vino lo que ya sabemos y la palabra revolución se hizo humo.
Llego el silencio y luego todo se llenó de publicidades que insinuaban un
orgasmo con cada nuevo vaquero, que auguraban la plenitud total en el velocímetro
de autos redondeados como pechos siliconados.
La revolución era un fracaso estrepitoso, era tan o mas injusta que las
tiranías del pasado. Ya lo dice Milan Kundera con su escritura de cicuta: “Las
injusticias del pasado se corrigen con nuevas injusticias.”
Más a pesar de la decepción y la tristeza, aún en el borde tenebroso a
que nos condenan las traiciones de nuestros mejores sueños, debería
considerarse que los pueblos que intentaron la revolución, al menos lo
intentaron. Y que ha pasado mucho tiempo hasta que “el largo lagarto verde”
abrió su bocaza para que salieran desde sus playas hacia el resto de América
algunas voces que quieren contarnos su versión de la historia desde adentro.
Tendríamos que escuchar lo que tienen para decirnos los hijos de la
revolución. Deberíamos escuchar lo quiere decirnos Yoani Sánchez, por ejemplo.
O seguir el vericueto amargo de esos sueños dilapidados. Intentarlo por nuestra
cuenta. ¿Porqué no?
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