” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

sábado, 9 de agosto de 2014

Los elefantes solo sonríen en los vídeos

   Dícese que en los años 60 (mítica década, solo comparable a los días de "había una vez"), el hombre llegó a la luna. En realidad solo dos hombres llegaron concretamente y se hizo universalmente famoso uno de ellos, por la sola razón de haber sido el primero en apoyar su pie sobre aquella polvorosa y, por lo que se sabe, estéril superficie. 
   Eran aquellos tiempos mucho menos desconfiados que los de ahora. Los humanos creíamos casi todo lo que la radio nos contaba y los que vieron el portentoso hecho por televisión solo confirmaban lo que ninguno de nosotros, que aún no conocíamos la capacidad de ficcionalización apocalíptica de Orson Wells, se habría atrevido a negar.
   Tiempos magníficos en que cuando el radioteatro representaba maldades varias contra la Princesa de Lorena y el León de Francia se jugaba la vida por protegerla, gauchos cosecheros desnudaban facones, frente al improvisado escenario del patio de la escuelita de campo donde se representaba el drama, en solidaria y corajuda ayuda al héroe.
   Tiempos en que no existían los efectos especiales y, si existían, no eran de dominio popular sus pelandrunas utilerías. Por eso en aquellos días todos habríamos aceptado que la sirena de las virales imágenes, medio viscosa ella pero sirena al fin, debía haber salido de los verdes y ondulantes fondos marinos y no del taller de una productora de cine, por ejemplo.
   Pero llegaron las dudas, los desmentidos, las historias versionadas y reversionadas en las que nadie sabe ya ni siquiera quién es su padre; como le sucede a la señora presidenta de este loco país, que debe andar por estos días espiando su abolengo y su estirpe en los retorcidos secretos de su adn, porque no faltó quién le desnudara lo que acaso ni ella misma sabía. 
   Del mismo modo en que se desmiente y se reelabora la realidad de ayer en la realidad de hoy, así como el paseo lunar de Amstrong es para algunos una hazaña fraguada y el padre de la presidente un avatar burgués, para muchos la epidemia del ébola es una creación de las farmacéuticas para comerciar algún fluido de su invención y el encuentro de Estela Carloto con un ignoto músico de pelo enrulado y canoso es una fantochada que ayudaría a no pensar en el default.
   Mágico mundo de las pantallas en las que se superponen, se entrecruzan, se hibridizan, ficción y no ficción, el mundo de la comunicación global es decadente, insatisfactorio y vacío. Es este un universo de espectáculo infinito donde la realidad se trastrueca y en el que se difuminan las fronteras de lo que es, lo que sería, lo que podría ser, lo que debería ser y lo que deseamos que fuera.
   Así parecería que el espectador occidental se regodeara en las inenarrables tragedias que está viviendo el planeta, en el continuo desangrarse de esta especie, que ya no necesitará un diluvio para reiniciarse, desde que ahoga todos sus odios y sus temores en la sangre de sus niños, en el dolor de los desposeídos, en la miseria de los sojuzgados. En tanto a este espectador universal solo le importa su pulsión de voyeur. Y con ella acredita su razón de existencia.
   Este espectador no quiere saber si es verdadero lo que le cuentan, sabe de antemano de la falsabilidad posible de cualquier mensaje. Tampoco desea conocer algo que lo podría enriquecer o comprometer o conmover. Lo único que desea es ver, más que el relato quiere la imagen.
   Una pequeña historia, perdida entre los miles de historias de la red, lo confirma: un elefante cautivo durante cincuenta años sonríe por primera vez. Y el espectador, exigente, defraudado, no se pregunta si un elefante puede sonreír (de lo que no dudamos), no quiere saber cómo sonríen los elefantes, no duda de la sonrisa del elefante (¡ya ni siquiera duda!). Su desencanto señala la ausencia de fotos, o de vídeos, que justifiquen su incompleta existencia frente al espectáculo soso de la felicidad.

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