” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

sábado, 2 de agosto de 2014

Frases escritas con sangre

   Hemos leído, seguramente, que en este mundo de paradojas “todo cambia  para que nada cambie”. También es cierto que asistimos a un tiempo de saberes comprimidos en frases más o menos ambiguas, pretenciosamente sintetizadoras de supuestas ideas absolutas. Es, tal vez, una forma de discurso social y se pone de manifiesto en cualquier soporte, las podemos leer en las revistas de divulgación científica o filosófica como ejemplificación de la genialidad de creadores, investigadores o pensadores.
   Así hacemos un curso sobre el pensamiento de Ortega y Gasset o las nociones ejes de la teoría lingüística de Chomski en tres o cuatro frases, citadas fuera de cotexto y de contexto como si fueran rozagantes frutos que se vuelcan generosos de la cornucopia de la sabiduría.
   Frases críticas, contradictorias, sosas, cursis o vacías, también hallamos en las redes sociales, engalanadas por diseños gráficos mas o menos coloridos, más o menos lujosos, más o menos acordes al sentido supuesto u orientado.
   Las frases que circulan pierden identidad, se empobrecen de sentido, se cargan de frivolidad y terminan por formar parte del juego vacuo de la autoayuda. Pero, al igual que las siglas, son constituyentes de los discursos circulantes en nuestra cultura, se han  instalado como un hábito de síntesis, como un rasgo discursivo de la liquidez de nuestro tiempo.
   Las hay para todos los temas pero son especialmente populares las frases que refieren al “amor” (desagradablemente empalagosas, casi siempre), las que se orientan a las enseñanzas de vida y reforzamiento de la autoestima (simplificadoras, enraizadas en el resentimiento y el egocentrismo, la mayor de las veces), las que propenden a la exaltación de valores y/o principios morales, estéticos, éticos, políticos, sociales (en general desconectadas de toda reflexión organizada y coherente), nociones fragmentarias, casi siempre mal citadas, incluso mal redactadas.
   Todas las épocas han tenido saberes aglutinados en pocas palabras, fáciles de recordar y útiles para ser recuperadas en esas ocasiones que requieren de algún modelo de encuadre o justificación dentro del panorama de la vida cotidiana.
   La moraleja de las culturas del Asia menor, que los griegos tomaron para sí y que sintetizaban las ideas esenciales de esa cosmovisión magnífica, preñada de desigualdades y crueldad a favor del más fuerte, o el más poderoso. Ejemplo irrebatible “La fábula de la cigarra y la hormiga” que tan bien representa el modelo acumulador de los pueblos que se alimentaban del botín y del comercio.
   Los versos moralizantes le fueron muy provechosos al pensamiento del medioevo feudal para mantener un rígido esquema donde todo estaba regulado, controlado, por la esperanza más allá de la muerte y la resignación del acá esforzado e impiadoso. Don Juan Manuel lo desarrolló magistralmente en los pareados que su conde hacía escribir como cierre de los esclarecedores diálogos que mantenía con Patronio.
   El refrán popular, tan caro a Sancho y que enervaba a Don Quijote, cuyas mentalidades diferentes estaban signadas por la profunda huella que instala la cultura letrada frente a la cultura ágrafa, tal como lo desarrolla Walter Ong en su sistematización de los niveles de oralidad.
   Frases cortas que aspiran a decirlo todo. Tal vez no lo logran; pero se acercan mucho a un conato de síntesis, al menos se ajustan al título de situaciones para las que no encontramos explicaciones, cuestiones que quedan fuera de toda razón y reflexión, cuestiones que después de un siglo, o de cinco siglos, o de quince siglos, se plantean exactamente igual.
   Es ahí que rescatamos esa frase que alguien dijo refiriéndose a los cambios que instalan o intentan instalar las revoluciones y que sin embargo no logran torcer la tendencia de la realidad a repetirse y reconstruirse con sus principios permanentes. Así la escalofriante distinción y separación que las ideas religiosas y/o políticas fomentan entre los seres humanos vuelven sobre la humanidad su helada cola de serpiente y su verdoso, mortal veneno, siempre letal, aunque pasen los siglos.
   Tal como ayer, los judíos, los gitanos, los homosexuales, los aborígenes, los negros, todos los diferentes del estereotipo, han sufrido el insulto, la persecución y el asesinato, así hoy… sin análisis, sin piedad, sin una pizca de bondad, de humanismo.
   Leemos en las redes sociales las mismas crueles palabras referidas al agobiador conflicto en Gaza y sus protagonistas, voluntarios o no, tal como leímos esas mismas palabras, esas ideas de discriminación y exterminio, en los libros de historia o en los testimonios de hechos sucedidos hace un siglo.
   Insultos descarados, impunes de toda equidad, degradantes de la condición del hombre como sujeto de derecho, logro costoso para lo humanidad como ningún otro lo ha sido; insultos reaccionarios que retrotraen al hombre a su condición más primitiva, nos ponen de frente al humano terrorista, al humano inhumano, a la deshumanización que, de por sí, tanta sangre/vida inocente le ha costado a esta tierra.
   Ante la guerra, el llanto de las víctimas, la crueldad infinita del humano, los intereses incomprensibles escudados en creencias religiosas o posicionamientos políticos, ya no somos capaces de tomar partido. Solo somos capaces de llorar con estas inútiles palabras por el hombre que demuestra cada vez cuán incapaz es de redimirse.
   Hijos de este tiempo de palabras vanas, nos quedamos con la frase: “todo cambia para que nada cambie”. Porque lo que en verdad no cambia, lo comprobamos entristecidos, es el hombre.




                                                             Foto de Josi V. G.
                                                                   
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