” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

miércoles, 12 de marzo de 2014

Paraguay global

   Las épocas tienen valores que se expresan en los objetos que las representan y que cristalizan en sí mismos esos valores. Naturalmente, casi siempre los que acceden a esos objetos son los que ocupan un lugar preponderante en la sociedad, o que aspiran a ello. Veamos ejemplos específicos que demuestren el aserto: cuando Zenón, el cínico, descubrió que podía beber con la mano arrojó al mar el cuenco que usara hasta entonces; tener un cuenco lo instalaba en el espacio civilizado de la cultura, era importante beber y comer como persona cultivada, en una casa decente había vasijas de arcilla, o de cobre, o de oro, en mayor o menor medida, según el estatus de sus moradores. Y en los palacios de los reyes hasta podía haber vasos de vidrio como prueba de que la riqueza y el poder también les permitía poseer utensilios que se rompían al menor descuido, puesto que podían reponerlos cuando y cuanto quisieran. 
   En la Edad Media poseer un jubón de terciopelo o una camisa de lino era posible solo para la más alta nobleza, pero lo que más importaba a un hombre de la nobleza guerrera que dominó la vida política y económica de Europa entre los siglos VIII y XIV era lo que le permitiría ser un señor de la guerra: una espada y un caballo. Las espadas, comenta en alguno de sus libros don Ramón Menéndez Pidal, podían tener el valor de un auto pequeño del siglo XX. Eso explica que los regalos del Cid a su rey o a sus yernos, hayan sido considerados regalos verdaderamente esplendorosos: caballos quitados a los árabes, muchos de los cuales tenían mayor valía que cualquier esclavo o siervo de la gleba para los valores de la época. Y espadas. Espadas de estirpe tan clara y tan definida personalidad que hasta tenían nombres como las personas.
   Para las actrices del cine de la primera mitad del siglo XX los vestidos de alta costura, las joyas (diamantes, oh, diamantes), los perfumes (¡aquel chanel nº 5!), constituían la prueba material de que habían llegado al más alto escalón de sus aspiraciones (ergo frivolidad).
   Se podría seguir enumerando, la alcantarilla del bulevar arrastra desechos del pasado, de los ingenuos o crueles sueños del pasado, sin ningún miramiento. Pero con los citados alcanza para ilustrar nuestra hipótesis: cada tiempo tiene su juguete mágico, su piedra de hacer sopa, su lámpara con su genio, que solo espera un toque para regalar a los hombres todas las maravillas de la tierra o del cielo: el poder, el amor, la riqueza, la fama, la eternidad. 
   Este tiempo, llamado global por su capacidad para instalar su poder masificador hasta en los pueblos de mayor energía identitaria, tiene también su elemento, se herramienta, su arma maravillosa e imbatible. Ya lo intuíamos: los medios de comunicación han cambiado hasta la forma en que se configura la inteligencia del hombre y parece redundante explayarse sobre la cuestión, que aun así se presenta inagotable. 
   Tan inagotable que una noche de estas miramos, y sin esperar la mágnífica sorpresa que nos depararía, una película paraguaya. Dulce tonada paraguaya, bilingüísmo, cosmopolitismo en el que la inmigración del cercano y lejano oriente ponen un toque más de exotismo, pobreza, urbanismo desbocado, jóvenes soñando como Aladino, mujeres de una fortaleza y una ternura únicas, todos rasgos del Paraguay que ya Roa Bastos, el augusto, nos había mostrado. Y en colorinche ajetreo de la vida paraguaya capitalina, el mundo global, los destellos de las pantallas pulsando los sueños, complicando los destinos, distrayendo, impulsando la aventura y la corrupción.
   La película se llama "Siete cajas", sus directores son Juan Carlos Maneglia y  Tana Schémbori, los personajes están a cargo de actores paraguayos y el eje del guión se centra en un adolescente llamado Víctor que sueña salir en televisión y que ese día descubre las maravillas del teléfono móvil, el celular. El protagonista, el héroe y antihéroe de la película es el celular. Una pequeña pantallita acompañada de un mínimo teclado y una batería traicionera, que se agota cuando más se la necesita, cuyo corazón de chip puede traer de regalo la más tonta y plena felicidad. Aunque no sirva para comprarle el remedio al hijo enfermo o sea usado para ocultar el desamor.
   "Siete cajas" ha sido nominada a muchísimos premios de los que ha ganado uno o dos. No porque no los merezca, sino porque es paraguaya: los actores son morenos criollos con escaso maquillaje, el paisaje urbano de la ambientación no es de utilería (es el mercado 4 de Asunción), los celulares que aparecen son los reutilizados que el mercado coreano o japonés manda a los países del tercer mundo, la lengua madre ameriindia impregna la mitad de los diálogos (aparece subtitulada), y decir Paraguay en el mundo global todavía suena a poco. Pero la película es maravillosa por muchas razones, más que nada porque es la primera vez que el celular muestra en una obra de arte el profundo sentido de su condición de fetiche global. 
    Dejamos enlaces por si quieren descubrir el universo paraguayo y su romance con el celular:
                           
                                                     La imagen de Larissa ha sido tomada de la red. Gracias.        




















www.youtube.com/watch?v=t1ax_XInBLE  
www.youtube.com/watch?v=kSva-gM5pFs    

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