” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

sábado, 1 de marzo de 2014

Días de escuela

   El bulevar nos llevaba a la escuela. El primer grado fue maravilloso y larguísimo. A veces es como si hubiera durado toda la vida. La monja era morena, alta, delgadísima, y en su rostro agudo y seco como una pasa lisa se amalgamaban sin menoscabo la dulzura y la severidad. 
   Era obvio que trabajaba cuando sus alumnos descansaban en casa. Los más de cuarenta cuadernos tenían, el lunes por la mañana un sellito con el dibujo que representaba la nueva letra a aprender en esa semana. Corregía todos los días con una letrita retorcida y menuda que nuestro padre, de ancha, clara y elegante letra, detestaba. Hacía pasar al escritorio a cada uno de sus más de cuarenta alumnos, cada día, para leer en voz alta. Y alcanzaba el tiempo para la suma, el repaso oral y memorístico a los gritos, y hasta la broma delicada y graciosa o la sanción cruel y desoladora (era normal el plantón como castigo). 
   Antes de julio, el noventa por ciento de nosotros sabía leer. Todos escribíamos a la copia o el dictado casi sin dificultad. Y personalmente, a nuestra vida ya había llegado la literatura que campeaba en el libro de lectura, donde había osos y alas sin pájaros, lo cual nos parecía perfecto.
   El final de clase fue melacólico y tierno: puso su mano morena y ajada (las monjas trabajaban también en tareas domésticas,en ese entonces) sobre nuestros hombros de apenas uno y diez  de estatura y caminó junto a nuestro padre, orgulloso y serio, hasta el aula, para entregarnos el gordísimo cuaderno, sin una sola fotocopia pegada en él, todo obra nuestra, menos los dibujitos sellados que estropeábamos con los lápices de colores. 
   Junto con el cuaderno venía la libreta con un delicado y gentil mensaje para las vacaciones y nuestra promoción (así se dice ahora) a segundo grado. A ella le decían la hermana San Miguel. Nunca más la volvimos a ver. Decían que murió de leucemia en esas vacaciones.
   Tres años después dejamos la escuela privada por una serie de razones que no vienen al caso e ingresamos, otra vez deslumbrados, al universo popular de la escuela pública. El clima era más distendido pero no en desmedro del trabajo o el esfuerzo. Hubo, entre tantas, alguna maestra admirada por la pulcritud, la delicada entonación de la voz que denotaba la llamada buena educación. Descubrimos las uñas prolijamente pintadas y los labios con rouge. Aprendimos a caminar con paso de gacela como la bella maestra de cuarto grado y descubrimos que algunas de ellas criaban a sus hijos solas, aspecto que preanunciaba proféticamente nuestra vida futura. 
   La escuela pública fue un gran aprendizaje social. Y el inicio de la vida intelectual: la biblioteca era de libre consulta y tenía todos los Lo sé todo (de América y del Mundo), toda la obra narrativa de Constancio Vigil y las novelitas de las colecciones de Billiquen. Allí estaban guardadas,pero a nuestro alcance, la historia de Caperucita, Cenicienta y Pulgarcito. 
   Nunca más oímos hablar de Domingo Sabio pero aprendimos a recitar poesía y a leer paraditos en el frente (al principio en voz atorada de timidez y luego orgullosamente seguros de nuestras competencias), firmes y con el libro pesándonos entre el índice y el anular de la mano derecha.
   En la escuela pública terminamos de crecer. Encontramos la mejor amiga, que todavía nos acompaña. Atisbamos, avergonzados y culposos el amor insolente e iniciático. Y un día dijimos adiós y nos hicimos grandes. No sabemos si aquel tiempo era mejor que este. Tampoco nos interesa polarizar opiniones. Solo queríamos aprovechar para recordar y proponer la reflexión porque percibimos que es hora de hacer verdadera reflexión. No de volver al pasado, el cual es como la Atlántida: está definitivamente hundido en las aguas del tiempo y es el ámbito privado de los que venimos de él, solo nosotros podemos volver a esas aguas profundas que son nuestros recuerdos. 
   Pero el presente está oscuro y enredado, necesita reflexión, análisis y realismo. Así que para seguir con el presente y empezar a desentrañar su trama, dejamos este enlace:
                      http://www.lanacion.com.ar/1668516-como-vemos-a-los-docentes
   Vemos en esta columna un análisis objetivo y coincidimos con algunos puntos de la argumentación, que no vamos a señalar para no condicionar la lectura. Mientras ustedes leen nos vamos por el bulevar a mirar los viejos muros de nuestras escuelas: la privada y la pública. Porque las dos estaban a su vera. Y ambas nos acogieron y nos sirvieron la maravilla como menú del espíritu. 


      

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