” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

viernes, 22 de mayo de 2015

 El pequeño poder




   Contradictorio y paradójico, el mundo de la humanidad nos golpea, nos degrada y nos encierra en la ningunidad, al menos una vez cada día. Y no es que hay que estar demasiado atentos para ello, basta con caminar por el supermercado -esos templos del consumo, como dijera Sartori- y darse de topetón con las parvas de alimento acumuladas: galletitas saladas formando graciosas torres torneadas, todo un diseño volumétrico y arquitectónico, en tentadora exposición, grandes gruesas de arroz o fideo o yerba mate, o azúcar -esa bondadosa aliviadora del hambre-, o harina -el magnánimo maná de los pobres-, para recordar las historias del hambre que surcan raudas y exhibicionistas estas redes luminosas dentro de las cuales vivimos algunos de nosotros.
   Navegan barcos tristes por el mundo, con su carga de hambrientos y desheredados, y revuelven la basura en los cinturones roñosos de las ciudades y hasta en sus espacios más iluminados, niños de mirada escondida y manos sin belleza. Arrastran bidones de agua turbia o se beben sus lágrimas y su sangre los pobres del mundo, los perseguidos y desheredados, los torturados, los degradados y alguien se instala en su escritorio y entra a los juegos de Internet y mañana hará paro porque un sindicalista tiene el mandato, que no sabe de dónde viene, de boicotear algún quehacer para beneficiar a este y perjudicar a aquel.
   Y miramos lo escrito y sabemos impotentes que si la sonora voz de Eduardo Galeano no torció el rumbo de las decisiones de los hombres, menos lo hará la nuestra, mínima y perdida como el piar de un polluelo hundido entre altos y ásperos pastizales. Pero igual hacemos la reflexión y la decimos, aunque se pierda entre el rumor de los mil grillos y cientos de cuervos que criquean o graznan alrededor.
   No está bien callar, cuando se hace indispensable decir, porque el que calla está dando permisos. Tal vez no se los da a las fuerzas imperiosas del dinero y el poder mundial pero si a las pequeñas fuerzas que cada día nos degradan y nos menosprecian y se apoyan en nuestra debilidad para abusar y corroer y aprovecharse de la circunstancia que los puso detrás de un escritorio y les dio herramientas para apenas vegetar en el sistema social, político y económico, vegetar o parasitar, a fuer de precisos.
   Son esas personas, que ocupan los pequeños lugares de intermediarios entre nuestras necesidades o nuestras actividades diarias y las definiciones y decisiones del sistema, los que se constituyen en Carontes de nuestra existencia. Ellos deciden si nuestro trabajo tiene valor, si alguien puede acceder a los ámbitos de la cultura, de la justicia, de los beneficios sociales. Ellos nos llevan y nos traen de la orilla oscura de la demanda al limbo indefinido de las esperas administrativas. Ellos saben decir un no que no tiene sustento, ellos riegan continuamente el terrero estéril donde las personas se convierten en mendicantes degradados.
   Su mundo brumoso está recreado hasta la náusea en las novelas de Kafka, cuya trama inconclusa y cuyos vericuetos laberínticos explicitan alegóricamente la trama de tela de araña del poder minúsculo, el pequeño poder que gobierna realmente el mundo. Mundo que sería mucho mejor, mucho más amable y sencillo, si no hubiera toda esa malla de manos y ojos y lenguas indecentes siempre haciendo algo para que a la persona corriente, la que va y viene por el quehacer esforzado y cotidiano, solo le represente escollos cada uno de estos seres medianos y lamentables que pueblan oficinas con su charlatanería, su desidia, su infatuación y su regodeo en las gotas melosas de poder, que abarajan avarientos con su lengua infame y obsecuente.
   Y mordiéndonos las uñas, en profunda y melancólica meditación, nos decimos, recordando aquello de que el mundo se arregla desde el poder, que el mundo sería un poco mejor si tuviéramos mejores personas en esos lugares de los pequeños poderes. Concluimos sin esperanza pero sin claudicaciones que el mundo se arregla desde el poder pequeño, si las personas pequeñas quisieran mejores.

Edificio Municipal de Villa Ángela -Chaco-
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