” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

domingo, 13 de abril de 2014

Los gatos de Memphis No

   Ciudad de las estatuas, hora cero de un sábado de abril, voz impostada de locutora nocturna en una radio "f.m.", programa new age, entrevistas edulcoradas, relatos privados, intimidad al estilo siglo XXI, es decir, mediática. Los entrevistados son jóvenes de este siglo a los que se les propone hablar del amor. Pudorosos y expuestos ellos escabullen la encrucijada sin desnudarse del todo. Pero siempre algo se filtra.
   La muchachita señala como a su gran amor al padre muerto. La ausencia, la orfandad, sobrevuelan la vocecita clara y delicada como la aureola de un ángel. Difícil para la locutora escarbar en esa herida de rosada y siempre fresca carne de pena que cubre la perenne presencia de un padre muerto, de un padre eternizado por lo inescrutable.
   Entonces la pregunta se orienta a los desparpajos políticamente incorrectos de Memphis No. Personaje popular del face book, atrincherado en una adolescencia feroz de cara a los ataques de la inevitable adultez, su voz de niño empalagado explica, en principio un poco cohibido y luego explícito y franco, que su gran amor son los gatos. No los gatos de la noche, esos que andan sobre tacos chispeantes de lentejuela y se adornan con sonrisas maquilladas de oferta. No los gatos de los que hablaba Quevedo, cuidadores de dinero. No los gatos de levantar cargas ni los gatos que brillan en las rutas para visibilizar ciclistas o motoqueros. Memphis ama los gatos  //gato doméstico (Felis silvestris catus)//.
   La locutora pierde el engolamiento de la voz por la sorpresa. ¿Será Menphis un fetichista, un nuevo sexo, un exótico sexópata? Si así fuera, ¡qué sabroso reportaje se viene! El muchachito cuenta entonces que creció con una madre "muuuyyy trabajadora" y que no tuvo padre. Dice que el amor a los gatos lo acompañó, dice específicamente "ahí estaban los gatos". Y relata episodios de esa infancia acompañada de gatos, con anécdotas de gatos, con nombres de gatos, con amor de gatos.
   Cuando los jóvenes se despiden, alegres y un poco tensos por la noche de estrellato radial, nos quedamos pensando que ha sido esta una historia de huérfanos. Una historia cosmopolita y corriente en la que la soledad y sus uñas de lana húmeda han marcado improntas en los destinos de los que serán los hombres y mujeres del siglo XXI. Niños y niñas criados por mujeres solas, ocupadas, apresuradas, esforzadas y austeras. Austeras a la hora del almuerzo, austeras en el vestir y en el disfrute, austeras en la pasión sensual, austeras en la tristezas, austeras en el amor y la caricia. Niños que en las noches frías, mientras la madre tomaba el ómnibus para ir a trabajar o a rendir un examen, se abrazaban a lo único cálido que tenían consigo: cuerpos tiernos de gatos.
   Tan lejos pareciera haber llegado la especie y sin embargo siguen sus cachorros abrazados a la cálida piel de la bestia venida de la selva o de las piedras o de la nieve del atemorizante exterior para abrigarlos en lo profundo de la cueva, como en el neolítico lo hiciera el lobezno perdido, rescatado por el cazador.
   La orgullosa especie del homo volviendo al círculo inicial de la vida, al contacto estrecho y amoroso con la sangre de los inocentes que fueran arrancados de la naturaleza y su primitiva justicia y traidos aquí, entre los cachorros humanos para arroparlos y salvarlos, para dar la cuota de ternura que las madres humanas no tuvieron disponible, que los padres humanos no supieron que hace falta.
   El amor a los animales está considerado un signo de evolución moral. Nuestro tiempo vive un auge del rescate de mascotas abandonadas y perdidas, una era de ideología verde, una moda de salvataje, al menos en los discursos, de especies animales y vegetales. Sin embargo, sería bueno revisar si esta actitud hacia los seres vivos que nos acompañan en nuestro paso por este mundo no es más que el deseo de progresar hacia la bondad, una búsqueda profunda de consuelo, compañía y abrigo ante el hondo desamparo de nuestra especie.
   Si así fuera, no es nuestro tiempo el que ha descubierto en el gato o el perro lo que no pudo encontrar en los hombres. Cuenta Diógenes Laercio que Diógenes de Sinope decía amar más a su perro cuanto más conocía a los hombres, dicho que parecería haber sido comprobado en carne propia por Lord Byron, ya que lo citaba a menudo. Hemos visto a los perros sonreir  y a los gatos arquear el lomo en afectuosa entrega ante la llegada del amo. Es evidente que son capaces de ofrecer amor. El primitivo y elemental amor del estrecho contacto, caliente y seguro como la vida. Memphis No lo puede asegurar.

                                                            OgyOnix, la gata de Memphis No


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