” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

domingo, 12 de enero de 2014

   
La revolución y el desencanto
   
   Las reflexiones del post anterior podrían llevar a suponer que nosotros somos de aquellos desencantados de la revolución, de los que añoramos un tiempo en que cambiar el mundo parecía posible pero que nos hemos quedado en la nostalgia, en el folklore generacional de aquellos sueños y que adherimos a la acomodaticia actitud de "pensar como zurdos y vivir como burgueses". Sería bueno deslindar ciertos ejes de ideas para demostrar, al menos desde una perspectiva especulativa, hasta que punto la revolución, aunque nos veamos obligados a pensarla desde nuevas miradas, otras estrategias, disimiles procedimientos y hasta nuevos nombres, sigue siendo una prioridad. 
   Revisar la forma en que se plantean estas cuestiones podría ser un buen principio. Y esto se hace evidente frente a la polarización infantil que se manifiesta en los discursos (por llamarlos de modo aceptable) maniqueos tan representativos de la identidad nacionalista. Este maniqueísmo es permanente en los medios, se hace insufrible en los comentarios de los lectores de noticias varias en las que comentaristas de todo tipo llegan a cuestionar el discurso del poder desde una página de chimento donde la información alude a frivolidades referidas al desnudo de cierta señorita o la pelea de algunos personajes de ocasión. Este maniqueísmo puede llegar a hacer apología del delito con tal de justificar su perspectiva. 
   La recientemente llegada a estos nortes sureños "El lobo de Wal Street", película de Martin Scorsese, ha motivado las consabidas reseñas y hasta columnas de opinión. Uno de los reseñadores señala la importancia semántica de los nombres y figuras de animales en la obra, lo cual salta con violencia a nuestro subconsciente en una identificación especular de los rasgos de la animalidad que muchas veces se señalan como superados, reprimidos, sublimados, en la condición humana. 
   El personaje central es un lobo, lo cual es insultante para los lobos, aunque este muchacho hubiera llegado a hacer la mitad de lo que se muestra en la película (ficción, puesto que es una obra de arte). Tal un lobo, el estafador se aprovecha de los más débiles y no esita en chupar la sangre de sus víctimas y destrozar sus pobres vidas con desnuda conciencia de su fuerza, afilando sus fieros colmillos hambrientos en la desgarrada carne de la parte más indefensa del mundo.
   Sin embargo la escena que llega a ser pesadillezca es aquella en la que el personaje se pasea por sus oficinas, y hasta lo hace lucir sus habilidades sociales, con un mono abrazado a su torax o caminando entre los escritorios. El gesto tierno y simpático del simio es de lo más delicado y consolador de toda la cinta. El monito conserva su pureza e ingenuidad en medio de ese centenar de hombres, y algunas mujeres, valga adjuntarlo, cuyo patético primitivismo se desnuda en cruda sensualidad, en escandalosa ambición, en estulticia sin límites, en egoismo irracional y autodestructivo. 
   Dicho así, suena muy extraño que alguien haga cierta apología de la conducta de estos hombres, ciudadanos de la potencia que pelea desde hace un siglo el primer lugar en el planeta como modelo de civilización y valores sociales y políticos. Sin embargo, "Cosas veredes, Sancho." le prevenía Quijote a su escudero ante las arbitrariedades y novedades que lo esperaban en su viaje. Y aunque es ya un lugar común la sobrevaloración de los rasgos socio-políticos del norte, es hábito connatural de los hombres del sur sentirse inferiores a los hombres del norte, considerar que aquel país es el modelo que se debería seguir en todo, aún así se hace cuesta arriba descubrir que alguien se lamente de que un personaje como el protagonista de esta película no sería posible en nuestro país. 
   Señalar que el modelo capitalista, que se nutre de la especulación financiera, de la explotación programada, de la fuerza simbólica del dinero esclavizante, es tan bueno que hasta su delincuencia es envidiable, es irracional, ciego de toda ceguera humanística y escalofriantemente bestial. Ese sistema financiero ha dado lugar dice, el opinólogo, a singulares acaparadores de fortunas sin límites como los creadores de empresas de informática (Apple, Microsoft) o de redes sociales en esas y otras empresas (Facebook). Algo, que según él, sería imposible en nuestro país. 
   Más que el maniqueísmo, lo que resulta aberrante es la perspectiva tan poco humanitaria acerca de una forma de organizar la cultura que se ubica en una perspectiva puramente economicista y deja de lado aspectos que deberían ser, según un criterio humanista universalista, mucho más relevantes, como lo son la ética de la bondad, la justicia, la belleza, la verdad. Esa postura economicista no considera al menos tres argumentos que, como mínimo, no deberían dejar de enumerarse.
   A saber, en primer término, la riqueza material. La riqueza sin límites debería ser vergonzante. Solamente porque donde hay una persona que acapara todas las manzanas (retomemos el icono que bien es una metáfora en nuestra cultura) es seguro que hay varios miles que no tienen acceso a ninguna manzana, aunque unos cientos no tengan de que morir. 
   Una segunda idea, que también debería considerarse, es el efecto deshumanizador que una visión economicista de la vida desarrolla en los seres humanos. Podemos equiparar deshumanización con bestialidad, si recuperamos un famoso discurso del Che Guevara, conocido como "La esperanza de un mundo mejor", de hace casi cinco décadas. En dicho discurso, Ernesto Guevara adjetiva al imperialismo como el régimen de la bestialidad. Amerita la transcripción, dado que dicho discurso se engalana con la cadencia de la poseía:
                         La bestialidad imperialista.
                         Bestialidad que no tiene una frontera determinada
                       y no pertenece a a un país determinado.
                        Bestias fueron las hordas hitleristas, 
                      como bestias son los norteamericanos hoy, 
                      como bestias son  los paracaidístas belgas, 
                      como bestias fueron los imperialistas franceses en Argelia. 
                       Porque es la naturaleza del imperialismo 
                      la que bestializa a los hombres,
                      la que los convierte en fieras sedientas de sangre (...).
   Damos por transparente el sentido que Guevara le da a la palabra "bestia". Un ser que queda fuera de toda categoría, ni siquiera es un animal, porque sabemos que en el animal la crueldad no existe. La bestia es un ser fuera de lo natural, fuera de la cultura, una anomalía, un fenómeno aterrador, destructivo, dañino, maligno. Esto porque es un ser insaciable, pura pulsión. La bestia tiene sed de goce, pero de un goce sádico, profuso y atosigador, una pulsión de imposible satisfacción. La bestia es insaciable, esa es su esencia. Es evidente que la cultura del consumo tiene esencia bestial: pulsión básica, hambre infinita de posesión, un deseo cerrado en su espiral que arrasa con todo a su paso. El orden instalado por la cultura de la producción y el consumo infinito, hace de la condición humana una condición alienada, centrípeta, cerrada en su ello autista y aislado de toda otredad. ¿Quién podría admirar o envidiar tal manera de estar en el mundo? 
   En tercer lugar, y relacionando los dos argumentos anteriores, se hace fundamental desde esta mirada sobre la siempre crítica, y en crisis, situación de la humanidad, retomar y actualizar la noción de revolución. Es necesario retomar el concepto, la necesidad de acciones que revolucionen el orden, este perenne stablishment al que se le caen las hojas cada tanto, pero que reverdece. Orden bestial que reverdece, si, alimentándose de sangre (de animales humanos o no), alimentándose de los árboles, el agua, el aire de este planeta, anulando la inteligencia de nuestros hijos y nietos con sus juguetes vacuos, amordazando ideas y saberes con las frases empalagosas  que nutren espíritus apolillados y alivian fatigas morales y existenciales con el soma edulcorado de la autoayuda inocua, que encubre la absurdidad de la existencia con colorinches trapos de moda, con berrinchera música chabacana, con relatos de crímenes, podredumbre y vicios, como los que recuperó Martin Scorsese para salpicarnos el alma con la repulsiva pestilencia de esa fábula alucinante.  
   Puede que la revolución sea un sueño eterno, como decía Rivera, pero, tal los sueños de amor, que aunque nos desencanten los azulosos príncipes o las desgreñadas princesas, siempre renacen, así el sueño de la revolución ojalá no deje de ser eterno. 


                                           http://www.youtube.com/watch?v=I1S7AEnIvWU

2 comentarios:

  1. Creo que el mundo se divide entre los que quieren prohibir (los que tienen el poder) y los que quieren libertad.
    Lo malo es que los que buscan la libertad se suelen convertir en prohibidores si consiguen la libertad o el poder

    Gracias por tus comentarios

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    1. Hace rato que este blog se me ha quedado flotando en la red; no he logrado recuperar mi contraseña, ja. Gracias por la visita. Te encontré en youtube. Saludito.

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