” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

lunes, 6 de enero de 2014

La paradoja de arreglar el mundo

   Convertirnos en lo que combatimos. Siempre ha sido el dilema, a veces explícito, a veces soterrado. Lo vemos en la literatura de todas las lenguas, en los movimientos sociales y políticos de todos los tiempos. Ya es un lugar común aquello de que en la lucha de clases el revolucionario termina convirtiéndose en una versión de lo que combatió (y a veces aún más cruel y temible). Abundan los ejemplos: la revolución francesa instaló el "terror", tal vez para reemplazar el hambre, o para que la población dejara de pensar en el hambre (y no es solo un mal chiste); Fidel se apropió de Cuba y es obvio que no la dejará libre antes de dejarla viuda, el Evo anda postulándose para la tercera ronda de poder, en el oriente los regímenes duran desde la primera mitad del siglo XX y son eso: regímenes, lo cual es decir estilos de vida, culturas de poder, sistemas permanentes de rasgos jurídicos, (protocolares, sociales, militares) estables, inamovibles. Lo decía Milan Kundera, con la honda amargura del desclasado: "Las injusticias del pasado se corrigen con nuevas injusticias" (La broma).
   Empezamos el año con buenas reflexiones al respecto: me propongo leer ciertos libros y publicaciones que me saltan a la cara con una cuestión que hace años roe mi sentimentalismo y la cual ya es hora de que sea analizada desde una perspectiva más racional e intelectual: luchar contra el sistema, arreglar el mundo, la utopía. Es obvio que ha cambiado el mundo: aquel mapa que hace treinta años hablaba de eje occidental, eje oriental, aquella guerra fría, aquellos movimientos obreros, estudiantiles, todo es solo historia. ¿Qué nos queda a los que no logramos reencontrarnos en este panorama de pantallas y chabolas, de espectáculo indecente y desolación de glifosato, de atmósfera roída y ricos tan ricos que se reservan un bunker en marte o en la luna tal como lo hacían los tiranos de la primera mitad del siglo XX, pero bajo sus mansiones?
   El mundo y el hombre han cambiado, como alguien ya lo dijo, para seguir igual. Apuntamos un libro que deberíamos leer: Gaulegaj, Vincet de: La neurosis de clase. Trayectoria social y conflictos de identidad. Gaudelaj desarrolla su reflexión en torno a la hipótesis que "Todo individuo que cambia de clase social vive un conflicto entre su identidad heredada (identidad de origen que le confiere su medio familiar) y su identidad adquirida (la que va construyendo en el trascurso de su trayectoria). 
   No trascribiremos aquí el ejemplo a que recurre el sociólogo citado por no incurrir en plagio o en lisa y llana copia y por dejar a los lectores la posibilidad de buscar el libro o los artículos en los que se desarrolla la reseña del mismo. Sin embargo, esta lectura nos ha llevado a establecer relación con un caso muy cercano y que está siendo objeto de notas y columnas de opinión en los medio impresos en estos días: la muerte de Nelson Madiba Mandela ha despertado la conciencia de lo paradojal de que su lucha política, su entrega humana y su inmenso sacrificio para mejorar el sistema de clases en su país, no haya logrado los cambios que, acaso, en esa etapa utópica de la juventud, hasta él mismo esperaba. 
   Mandela logró mejorar su mundo, pero no cambiarlo: en Sudáfrica la desigualdad social, dicen, sigue demarcada por una brecha insalvable y los ricos siguen siendo ricos. Ahora también hay negros ricos que se han apropiado de los espacios que antes eran solo de los blancos y que hoy comparten sin tapujos. La misma crítica se le ha hecho, a veces con virulencia y, según personalísima apreciación, con injusta crueldad o con clara mala intención, al Mahatma Gandhi. Se les cuestiona o se les recrimina, tanto a uno como a otro, el venir de una clase privilegiada, ambos eran de la clase dominante en sus respectivas etnias; el no haber intentado modificar los esquemas de valores que determinan la legitimidad de las desigualdades; el haber negociado, explícita o tácitamente con el sistema; el haber sido tibios con el modelo económico que condiciona el ritmo vital de la humanidad.
   Mandela, tal vez más que Gandhi, fue muy consciente de sus limitaciones: intentó, y lo logró, que Sudáfrica tuviera un espacio digno entre las naciones; logró evitar una guerra civil que no habría terminado ni siquiera con los cambios del siglo y que habría vuelto inútil el sacrificio de su vida y las muchas muertes y los grandes dolores de otros, ¡y tantos!, sudafricanos que lucharon con él,  o al mismo tiempo que él, y entre los cuales muchos no pudieron ver el país que Mandela instauró. Entonces,¿ porqué recriminarle lo que no llegó a hacer? 
   Podríamos enumerar una serie de aspectos que explicarían medianamente lo que observamos respecto de estos hombres que entregaron su vida por los suyos y que aún así son cuestionados en algún aspecto. En primer lugar la mirada mítica que los recorta frente a los demás y que los condiciona como héroes de los cuales es esperable todo milagro, toda solución. Pero esa es una explicación más bien psicológica de cómo funcionan las multitudes, la masa, y no nos permite percibir otros factores que insiden, insidiosamente, en las situaciones y las decisiones que estos hombres vivieron y enfrentaron: el sistema que intentaron cambiar no estaba en sus manos.
   Al respecto, encuentro que hay una reedición de Alcibíades de Platón en Ediciones Tácitas. La reseña de esta nueva edición señala que viene acompañada por notas del chileno Oscar Velazques. Y el comentario desanuda la paradoja que nos trajo a esta ya extensa digresión sobre porqué siempre estamos por cambiar el mundo y porqué a Mandela, que dejó el cuero en el intento, se le recrimina lo que no consiguió, a pesar de todo lo que consiguió.  “De aquí en más –dice Alcibíades– empezaré a ocuparme de la justicia”. Y Sócrates le contesta: “Yo también desearía que perseveraras, pero me da temor, no por desconfiar de tu naturaleza, sino al ver la fuerza (róme) de la polis, no sea que nos domine a ti y a mí”. La breve reseña señala que esa fuerza, ese poder, el poder del sistema, terminó con Sócrates. Y de ese poder se adueñó Alcibíades. Ese poder impuso a Gandhi la separación de Paquistán, herida política y territorial que tanto dolor trajo al pueblo de la India. Con ese poder negoció, y no creemos que lo haya hecho mal, Mandela, el sin igual.
   Ese poder, el poder del sistema, tuvo en su tiempo las espadas, hoy tiene los terroríficos parques armamentísticos de las potencias y su fundamento es económico. Ese esquema instalado por los que se adueñaron de los bienes del mundo, incluidos el agua y el aire, usa todo lo que tiene a mano para mantenerse y no modificar su esencia, incluso los que deberían ser conscientes de su clase y no transformarse en el proceso, como le sucedió a los hijos del apartheid que hoy gobiernan Sudáfrica, valga el ejemplo.
   Vale la pena recordar los problemas familiares que tuvo Mandela con su segunda esposa por estas cuestiones y cómo enfrentó una, seguramente, dolorosa y traumática separación.Vale la pena retomar algunos casos de la historia reciente en este país paradojal por excelencia: la juventud maravillosa convertida en jet set del mercosur navegando los lujos del desarrollo suicida en los yates de la lujuria. Vale la pena, contra toda ilusión, revisar estas cuestiones, racionalmente, fríamente, para buscar esa rendija por donde podamos empezar a cavar, siempre topos, siempre subterráneos, la salida, oscura, profunda, posible...

                                                       Camilo    -con ayuda de Josi-

Se citan en este post: Picabea, María Luna: La neurosis de clase existe  Revista Ñ pp 10711 Nº 536
                             Enlaces: http://www.revistaenie.clarin.com/rn/ideas/profecia-Socrates_0_1055894431.html
                                         http:/www.revistaenie.clarin.com/m/ideas/las promesas sin cumplir 
                                         

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