” La esperanza, es la carga mas pesada que un hombre puede cargar. Esa es la desgracia del idealista”
Firmado por: El Condicionado. Raimundo Arruda Sobrinho

viernes, 31 de octubre de 2014

Encontrarse en un libro

   Hay épocas de la vida en que estamos inermes ante los textos que leemos. Cuando decimos que un libro nos gusta, o defendemos sus méritos con argumentos teóricos referidos a su trama, la precisión de su ingeniería estructural, la belleza del lenguaje, la riqueza o tragedia de sus personajes, tal vez, falazmente, estamos valorando en esa obra lo que de nosotros mismos se manifiesta en ella.
   Los especialistas en teorías (literarias, por ejemplo) se escandalizan ante la lectura impregnada de subjetividad, la lectura de identificación, la lectura que hace tiempo se llamaba ingenua.
   Grandes carcajadas resuenan en nosotros cuando recordamos a cierto académico, que no merece ser nombrado, despotricando contra la lectura ingenua. Parecería que la única lectura válida debería haber sido, según él, aquella que se desliza del temblor, de la lágrima, la que se no alimenta del terror o el entusiasmo. La lectura académica propende al análisis, a la hipótesis circunscrita en un paradigma de reflexión e interpretación justificado por el saber canónico.
   Anchos bostezos nos han despertado (percibid vosotros el oxímoron) los saberes canónicos. aunque de ellos hemos alimentado espuriamente nuestra eléctrica e impredecible sensibilidad, la cual, como el cazador sediento de sangre tibia y palpitante que queda abandonado en una isla donde solo caen cocos de las frescas y altas palmeras, no muere de hambre pero estará siempre insatisfecho. (ïdem el hermoso vampiro que se abstiene de beber sangre de sus antaño prójimos, por razones humanas -oxímoron risible, puesto que él ya no es humano-).
   Así también aprendimos a beber la leche dulce y pegajosa de la reflexión teórica, sistemática y ordenada, cuando nuestro más profundo deseo estaba atravesado por el hambre de historias, de palabras, de tragedia y de dicha, solo concebible en los libros, en la obra literaria, en la poesía. Y aspirábamos a intoxicarnos con poesía y luego ya podíamos irnos por esas tierras sin más preocupación.
   Pero gastamos una vida leyendo y haciendo leer a otros con moldes prefabricados, triste destino. Así ya no podemos pensar en la "María" de Jorge Isaac adobada en la salmuera de nuestras lágrimas, desde que los académicos superpusieron sobre el amor y el dolor, el esquema de hierro de la naturaleza como marco y metáfora de las pasiones. Tal vez por eso seguimos viendo a María con su vaporoso vestido bajo un arco florido, con el gesto de una Magdalena pura y virginal, enmarcada en las flores que tan bien custodiaban sus encantos. Esta escena, analizada hasta la náusea, nos convirtió a la ardorosa jovencita en una mojigata de estampita.
   A veces no fuimos obedientes. Nunca prestamos atención a aquellas clases en las que Alfredo intentaba disecar la estructura de "Cien años de soledad" en unos cuantos círculos de sentido mítico. Preferíamos, y defendimos, la belleza encontrada en la tibia caparazón de nuestra primera impresión: deslumbrado enamoramiento por la palabra, tejido con delicados y musicales hilos por aquel sacerdote de la maravilla. Y seguimos siendo felices con el libro magnífico.
   O meditando con alguno que llega como un emisario de buena voluntad con el vaso de agua áspera para acompañar estos ásperos días. Días estos de desarmarnos la vida para inventarnos otra. Días en que nos arrastra el impulso básico de la huida y el cambio. Días de rotos cántaros llenos de las reservas del vino curativo que los previsores guardan en el lugar más fresco y escondido de sus bodegas.
   Pero nosotros, los desgarrados, vamos como Geofrey Firmin bajo el volcán, arrastrados por una sed que no es sed, por una pulsión más potente que la vida, a ver las visiones fugaces y reveladoras de nuestros fantasmas. queremos conocerlos a todos, antes de morir. Verlos de frente, verlos en su desnudez degradante o deslumbrante cuando el fragor del disparo, cuando la pedrada del fracaso, nos arroje por el borde del barranco en cuyo filo nos agitamos con conciencia.
   Como Geofrey vamos hacia la última tarde, la última tormenta, la última noche ácida y quemante de esa verdad que no podremos, ni queremos, compartir. Para confirmarnoslo llegó a nosotros "Bajo el volcán" de Malcolm Lowry. Y no nos importa de esta novela su impecable estructura, los largos fluires de conciencia, los bien logrados raccontos, los detalles simbólicos que Oscar Taca revisaría meticuloso.
   Lo que nos importa es cuanto nos dice"Bajo el volcán" de nuestra terrible e inevitable soledad y de nuestra fantasmagórica y desgarradora búsqueda, las cuales son, con mezcal o sin mezcal, las que llaman a los seres que no renuncian a perderse. Los que deciden vivir bajo el volcán.

                                                       Malcolm Lowry -gracias wikipedia-

                                                                                                     -*-

   

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