¿Te acordás de Lili Süllos?
Murió la maga, la magnífica. Alguna vez esta mujer
de cara eslava y pálida tuvo una melena lacia y negra como el ala de un cuervo
y decía, socarrona y oportunista, que era descendiente de cierto Drácula. No el
personaje escalofriante de la novela y sus tantas películas, ni el conde Vlad
Tepes, el príncipe del empalamiento, el guerrero temible, impiadoso y tétrico
que aterrorizó a los boyardos y construyó un reino de sangre y lodo. Pero
finalmente, de algún antepasado misterioso y terrible habrá herdado ella su
vocación de magia y misterio.
Decía que había nacido en Transilvania y su rostro
de pétrea quietud no lo desmentía. Decía conocer lo que los astros nos tienen
reservado y era capaz de describir nuestros más recónditos misterios, deseos y
aspiraciones con solo medir la distancia habida entre la luna y mercurio en la
hora del día en que nacimos.
Decía que los astros, los de sus profecías siempre
mesuradas, predisponen pero no imponen los rasgos de nuestro carácter, nuestras
tendencias, nuestra vocación de salvación o de derrumbe. Así también, los
astros y sus circunvoluciones aristotélicas y perimidas, determinaban la
posibilidad de encontrar el amor, la felicidad, el dinero, el poder; pero no
establecían ninguna certeza puesto que por cada promesa de amor hemos recibido
una carga inmensurable de desamor, por cada gota de felicidad se pagan tantas
tormentas de tragedia, por cada hora de prosperidad se arrastran tantos años de
esfuerzo y de escasez, por la remota ilusión de poder se viven tanta
incertidumbre y tanto desamparo.
Aún sabiendo que su arte era falible, inasible, y
sus pronósticos tan ubicuos, confusos y ambiguos, hemos leído cada mensaje suyo
que nos anunciaba la llegada de lo maravilloso cada semana, cada mes, cada año
de esta ya larga vida. Y lo hemos leído con ilusión y con benevolencia, porque
sabíamos que era en gran medida como la maga lo anunciaba: tal vez todo estaba
a la vuelta de la esquina pero hemos elegido otro camino, como Caperucita nos fuimos
entre las engañosas flores y caímos en la boca del lobo.
De todos modos no importaba lo que fuéramos a
encontrar, si el príncipe o el ogro, si el tesoro o el dragón. Lo que importa,
señora Maga, es el sueño, el maravilloso poder de persuasión de la ilusión a la
que tanto aportó tu frase meliflua y consoladora. Por esa dulce consolación,
por la necia esperanza (la esperanza en este mundo de trágico destino siempre
es necia) sin la que los humanos no podríamos nunca vivir.
Que el negro manto moteado de astros luminosos te cubra para siempre, princesa eslava venida de los bosques donde hombres y mujeres crueles y tenebrosos buscaron la eternidad en la sangre chorreada y palpitante del prójimo. Que ese manto te dé abrigo y te restituya a la luz infinita donde las Magas viven para siempre.
Que el negro manto moteado de astros luminosos te cubra para siempre, princesa eslava venida de los bosques donde hombres y mujeres crueles y tenebrosos buscaron la eternidad en la sangre chorreada y palpitante del prójimo. Que ese manto te dé abrigo y te restituya a la luz infinita donde las Magas viven para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario